“Imagina a todas las personas viviendo la vida en paz. Podrás decir que soy un soñador, pero no soy el único…”: John Lennon.
Por primera vez en la historia no habrá árbol de Navidad en la ciudad palestina de Belén, informó al mundo el representante cristiano en la zona el pasado 3 de diciembre, agregando que el icónico enclave no acogerá las tradicionales celebraciones en este año 2023 debido a la guerra en Gaza.
Creo que tiene mucha razón; y es que ¿quién en esa región y de hecho en el mundo entero, puede, en su sano juicio, pensar en festejar Navidad luego de la carnicería que ha estado teniendo lugar a partir del 7 de octubre pasado, cuyos muertos tanto en Israel, como en Palestina, superan ya los 18 mil, una tercera parte de los cuales han sido niños? Quien firma esta columna, hijo de un señor 100% caldeo cristiano iraquí, es decir, árabe, sencillamente no puede.
Una de las razones por las cuales llamó mi atención la vida y obra del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry fue su natural y original humanismo, el cual contrastaba con la frialdad casi enfermiza del héroe por el que alguna manera llegué al autor de El Principito, me refiero a Charles Lindbergh. Por cierto, fueron las horas leyendo biografías y tratados sobre la personalidad de mi amigo Toño las que me fueron acercando al estudio de la filosofía, concretamente su muy escéptica rama existencial, proceso que invariablemente me llevó a entender mi propio perfil, el cual tras varios ejercicios llegué a la conclusión de estar vinculado a un humanismo secular, es decir laico, en el que entre otras concepciones el hombre debería ser bueno por naturaleza y no por miedo a un castigo social y menos divino.
A nadie debe sorprender entonces que en este terrible año 2023, el humanista que llevo cada día más dentro haya reaccionado tan airadamente como lo ha hecho ante las manifestaciones de lesa humanidad de las que ha sido testigo, tanto de forma personal en el marco de cierta labor profesional como en calidad de audiencia en el contexto de generalizado de guerra dentro y fuera de México en el que termina el año.
Voy a regresar al Medio Oriente, insistiendo, tal y como lo apunté en una entrega publicada en este mismo espacio el pasado 15 de noviembre, que mi posición no es antisemita, ni pretende justificar las atrocidades que los terroristas árabes han cometido contra algunos habitantes en territorio israelita, entre los cuales está el hijo de un amigo de la familia y quien, por lo menos al momento de enviar a publicación este texto, aún es parte de las personas secuestradas por el grupo terrorista Hamas en Palestina.
Con lo que ya no puedo, y de ahí la razón de volver a abordar este conflicto, y pensando en especial en los niños de Ucrania, Congo, Myanmar, Siria, o en donde sea que inocentes estén siendo masacrados, incluyendo los de las comunidades mexicanas (Celaya, Fresnillo, Lagos de Moreno, etc.), es con la pérdida del más mínimo sentido de humanidad que caracteriza a los “humanos” del siglo XXI, comenzando por sus líderes políticos, caso del que aun despacha en Palacio Nacional, que una y otra vez no hace otra cosa que dejar en claro su falta de empatía hacia el dolor humano, y eso que dice encabezar un gobierno humanista. Que se lo crea su…
“Noche de paz… noche de amor”.
¿Quién va a poder cenar tranquilo ese pavo, romeritos o bacalao el próximo 24 de diciembre, luego de haber despertado viendo escenas como las que nos presentan cotidianamente los noticieros nacionales y extranjeros con niños sufriendo en Acapulco o Gaza?
¿Y la Organización de las Naciones Unidas? ¿De qué sirve ya esa costosa entidad que no sea para justificar salarios de burócratas, tal como ocurre con la copada políticamente hablando Comisión Nacional de los Derechos Humanos de México?
En tiempos en los que seguramente a algunos de mis estimados lectores les ha quedado clara la inconformidad ante mucho de lo que está sucediendo dentro y fuera de México, especialmente en materia aeronáutica, mi activismo y mis denuncias no pueden marginarse de lo que está provocando ese eterno negocio de la guerra al que los humanos nos hemos dedicado desde que evolucionamos a seres “pensantes” y que en México está cobrando cada día mayor relevancia conforme sus fuerzas armadas, al final de cuentas concebidas para la guerra, se hacen cargo de más y más servicios otrora responsabilidad de civiles.
Creo que ha llegado el momento, no solamente de arroparnos con la bandera palestina, sino con la israelita, la mexicana y los símbolos de todo el mundo, de todas las creencias y de todas las corrientes ideológicas para salir a la calle a protestar y decir ¡ya basta!, algo que puede comenzar por impedir, hasta donde ello sea posible, que nuestros hijos se sigan entreteniendo con batallas de soldaditos de plomo, de plástico o de supuestos héroes en escenarios de juego virtuales que no hacen otra cosa que exaltar algo tan peligroso como es un conflicto armado.
Pena ajena me da un anuncio comercial que está circulando en la televisión abierta mexicana en el que promocionando una metralleta de juguete (para los menores) que lanza balas de goma, un grupo de actores, cual integrantes de un comando armado, disparan al aire.
“Quiero ser sicario…”. Alguna vez fui testigo, debo decir con enorme consternación, de cómo el hijo de una persona muy cercana respondió a la pregunta de ¿qué quería ser de grande? Mala, muy mala para él, para su familia y claro está para la sociedad esta afirmación ¿no cree usted mi estimado lector? Si Saint-Exupéry regresase a la Tierra de su asteroide y escuchase eso, buscaría la primera serpiente venenosa en donde se encuentre para que lo muerda y lo mande de regreso a las estrellas.
Igual y es tiempo, ahora sí, de dejar de ser animales armados y convertirnos en entidades sensibles y pensantes, es decir, en verdaderos humanos.
Comenta y síguenos en Twitter: @GrupoT21