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La mañana del 31 de marzo de 1986, al tiempo que, en mi calidad de supervisor de equipajes, me dedicaba a tratar de identificar a los dueños de esas decenas de maletas sobrantes de los vuelos nocturnos que se habían acumulado en nuestra bodega y una pasajera me reclamaba que su vuelo 940 de Mexicana de Aviación con destino a Puerto Vallarta había despegado sin ella y por ende requería le entregásemos su equipaje, la señora Graciela Flores de Guadarrama y otros 166 ocupantes de ese Boeing 727-200 matrícula XA-MEM que operaba dicho vuelo perdían la vida cerca de Maravatío, Michoacán, en el que ha sido, hasta la fecha y esperemos siga así, el peor accidente de la aviación de nuestro país y el peor sufrido por un 727 en el orbe.
La madrugada del 31 de octubre de 1979 mientras mi amigo Luis Aragón desempeñaba sus primeras labores de la que sin duda se ha convertido una de las más largas carreras en la gestión del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), el periodista norteamericano Ken Lucoff perdía la vida en esa misma terminal aérea cuando un McDonnell Douglas DC-10-10, matrícula N903WA, operando el vuelo 2605 de Western Airlines, procedente de Los Ángeles, California, se estrelló a unos metros del edificio que actualmente es parte de la T1 del AICM, luego de haber intentado aterrizar erróneamente en una pista cerrada por obras de mantenimiento, evento que por cierto se mantiene (afortunadamente) como el peor accidente que se ha registrado en el principal aeropuerto de América Latina.
Además de haber sido víctimas de un evento aéreo catastrófico, ¿qué tienen en común la señora Guadarrama y el señor Lucoff?
La respuesta es tan sencilla como sorprendente: a la primera le tocaba morir en un 727 de Mexicana y al segundo en un DC-10; y es que en el gremio de los y las sobrecargos de México se recuerda cómo la entonces sobrecargo de Mexicana no solamente había sobrevivido al accidente del XA-SEJ un Boeing 727-100 que el 21 de septiembre de 1969 se estrelló en el Lago de Texcoco, en las cercanías del AICM en circunstancias aún no del todo claras, aproximándose a las pistas 23, procedente del aeropuerto O¨Hare de Chicago, Illinois, sino además que hizo una gran labor tratando de salvar a otros sobrevivientes y buscar ayuda. Casada con el comandante al mando del vuelo 940, Carlos Guadarrama Sistos, estaba a bordo con él cuando ocurrió la tragedia.
Al periodista Luckoff el destino le impuso morir en un DC-10; por más que evitaba volar en ese modelo luego de haber cubierto para la ABC los pormenores del accidente del vuelo 191 de American Airlines el 25 de mayo de 1979, enorme tragedia que con un saldo de 273 muertos es hasta ahora la más grave en los Estados Unidos, misma que evidenció, por lo menos en su percepción, la fragilidad del diseño del DC-10 y el consiguiente peligro que representaba el avión. Siendo enviado por su agencia noticiosa a cubrir el inicio de la guerra civil salvadoreña, volaba rumbo al AICM a cambiar de avión, seguramente no muy contento y por ahí hasta intranquilo de saberse a bordo del “letal” trirreactor ensamblado en Long Beach, California.
“Cuando te toca, te toca…”, dice el refrán, el cual me gustaría ampliar con un “en lo que te toca…” al recordar estas 2 interesantes anécdotas, que no dejan de ser dramáticas, pero que sin duda forman parte de aquello fascinante que encierra lo aéreo.
La historia de la señora Guadarrama me era conocida desde el mismo día que en mi oficina del llamado “Lost & Found” de Mexicana me enteré del accidente de nuestro vuelo 940; la segunda la desconocía hasta hace unos días cuando fortuitamente accedí a un reportaje sobre el vuelo 2605 de Western, evento con el que estaba familiarizado desde que ocurrió, pero del cual desconocía el detalle asociado al periodista.
Lo que quiero compartir con usted en esta oportunidad estimado lector o lectora es que siempre hay algo nuevo que aprender y más en una actividad tan rica en historias y detalles como es la aeronáutica.
Sirva para ello entonces la memoria de las víctimas los accidentes que he comentado en esta entrega, y para que, en una de esas, al aprender algo nuevo de lo ocurrido, igual y podamos contribuir directa o indirectamente a evitar eventos similares. Sirva en pocas palabras recordarnos que lo que respecta al aéreo, no podemos darnos el lujo de bajar la guardia en materia de seguridad.
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