Me entero de que un querido amigo tuvo recientemente un accidente automovilístico manejando de madrugada sobre la carretera federal 186, cerca de Xpujil, Campeche, luego de caer en un enorme bache, ocasionando serios daños a su camioneta. Me comenta que durante el tiempo que pasó en el lugar tratando de resolver los problemas mecánicos de su vehículo a fin de seguir su viaje con destino a Chetumal, Quintana Roo, le tocó ser testigo de cómo otros dos conductores cayeron en el mismo socavón, impidiéndoles seguir adelante. Otra cosa que me compartió es que en ningún momento se hizo presente para auxiliarles policía alguna, comenzando por la Guardia Nacional, que uno pensaría debería patrullar constantemente este tipo de vías de comunicación.
El evento me pone a pensar en algo que no había tenido la oportunidad de expresar con anterioridad en este espacio de opinión: la península de Yucatán, más que un nuevo ferrocarril, necesita mejores y mucho más seguras carreteras y autopistas.
Tramos como en el que mi amigo tuvo su percance tienen una bien ganada fama de inseguros, no solamente en lo que toca a aquello que en aviación definimos como “Security”, es decir, prevención de actos criminales, sino también en lo que refiere a “Safety” o seguridad operativa. Para nadie es un secreto que manejar de Escárcega, Campeche, a la costa quintanarroense del Caribe mexicano es jugar a la “ruleta rusa”, algo que pasó desapercibido a quien se le ocurrió la idea de resolver los problemas de conectividad terrestre de la península con un ferrocarril llamado “Tren Maya” al cual veo enormes paralelismos con por lo menos dos de las cuatro obras “emblemáticas” de la administración obradorista, me refiero a la refinería de “Dos Bocas”, en Tabasco, y el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA), de Santa Lucía, Estado de México. La cuarta obra, el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec (CIIT) no se salva de evidenciar esa “marca de la casa” morenista que tanto impacto negativo está dejando en el país, pero desde mi perspectiva resulta el menos desafortunado de los emprendimientos, toda vez que, a diferencia de las anteriores, se presenta como una obra necesaria, no solamente para México, sino que también para el comercio mundial al fungir como alternativa al hoy día atribulado Canal de Panamá.
Estoy seguro de que, una vez en funcionamiento, de la manera en la que ocurrió con el AIFA, el Tren Maya puede llegar a ser calificado como un gran servicio ferroviario con carros “muy bonitos y cómodos”. El problema es que como las pistas y terminales en Santa Lucía, muy atractivas y eficientes, los rieles en la península van a terminar siendo definidos como una gran, pero excesivamente costosa obra que no debió ser construida debido a que las necesidades que atiende se pudieron abordar de una manera mucho, pero mucho más sustentable y sostenible, en el caso del tema aeroportuario del Valle de México con la conclusión y puesta en funcionamiento del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México en la zona de Texcoco y el caso del transporte terrestre interpeninsular, insisto, con mejores y más seguras carreteras y autopistas.
Quizás se justificaría, insisto, quizás, un ferrocarril de pasajeros operando a velocidades medias y con bastante frecuencia, que uniese Puerto Juárez con el nuevo aeropuerto de Tulum, vía un par de escalas en Cancún, una de ellas en su aeropuerto, además de Puerto Morelos, Playa del Carmen y Tulum. No veo pruebas de que los demás tramos del recorrido merezcan el sacrificio ambiental, cultural y económico que suponen.
Lo voy a decir con todas sus palabras: tanto el Tren Maya, como el AIFA van a terminar siendo monumentales desperdicios de dinero, recursos ambientales y oportunidades para hacer las cosas bien. Durante años y en una de esas durante décadas y por siempre, los mexicanos vamos a pagar muy caro por el capricho de un mandatario de construir un aeropuerto y un ferrocarril que realmente no se necesitaban.
En fin…el hecho es que ahí están el AIFA y virtualmente una parte del Tren Maya.
¿Qué hacemos con ellos? ¿Los destruimos? ¿Los abandonamos?
Qué difícil situación la verdad; lo cierto es que tal y como lo expresado en torno al AIFA, que hay que recordar se vincula a un serio problema ahora de desabasto de agua en ciertas comunidades a las que se les quitó con tal de dotársela al aeropuerto, al Tren Maya habrá que ver la manera de emplearlo productivamente con la esperanza de reducir sus millonarias pérdidas al mínimo posible, que hay que anticipar serán cuantiosas, ¿qué tanto?, ahí tenemos otro problema conforme las cifras sean manejadas por su administrador, la Secretaría de la Defensa Nacional, con total opacidad bajo el injustificado amparo de tratarse de “asuntos de seguridad nacional.”
Entonces amigo lector, a manejar con cuidado por las carreteras de la península de Yucatán, a las que mucho bien le hubiese hecho una inyección de recursos para seguridad, mejoras y modernización, misma que estimo hubiese resultado menos cuantiosa que la construcción del mentado Tren Maya, algo que el medio ambiente natural y cultural de la región hubiesen agradecido más que una faraónica obra emblemática de un sexenio que muchos ya deseamos acabe, por el bien de México y de quienes lo habitamos.
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