Terminó la emergencia sanitaria por covid, por lo menos así lo cacarean con bombo y platillo las autoridades nacionales e internacionales, incluyendo las mexicanas. La verdad no estoy tan seguro de ello, pero…
¿Y qué aprendiste de eso?, me preguntaría una persona cercana a mi corazón. ¡Buen punto!
Personalmente comencé a manejarme un poco mejor en tiempos de incertidumbre y zozobra, otorgándole como otros lo hicieron un nuevo significado a la palabra resiliencia, capacidad que tuvimos que rescatar no sé de dónde, simple y sencillamente con tal de no volvernos más locos de lo que de por sí estábamos antes de la irrupción del desgraciado bicho, se afirma, procedente de China.
Traslado la pregunta a este espacio de opinión aeronáutica y la planteo de la siguiente manera: ¿qué aprendió el aerotransporte y qué aprendimos sus actores de la pandemia?
Veamos:
La industria aprendió muchas cosas, comenzando por confirmar de una manera particularmente dolorosa en términos financieros, lo susceptible que es de verse afectada por las reacciones de una demanda tan elástica como es la de la aviación comercial o por las restricciones que las autoridades le impongan para seguir accediendo a sus mercados. Seguramente validaron lo complicado que resulta la gestión de las contingencias, la recuperación y la continuidad del negocio en una actividad productiva en la que, tal y como demuestra la cantidad de empresas que han desaparecido, el riesgo de insolvencia es particularmente elevado y en la que la especialización de una parte de su personal es de tal magnitud, que como en pocas otras ramas, la variable resulta un asunto de supervivencia.
Por nuestra parte los aeronáuticos, además de aprender, espero que ahora sí, a vivir “un día a la vez” y a interactuar, estudiar y trabajar “a distancia”, fuimos testigos de la súbita y brutal desaparición de operaciones aéreas en nuestros cielos y aeropuertos. De alguna manera aprendimos a apreciar, quizás como nunca, el privilegio de tener a un Boeing 747 volando ante nosotros.
Siento que lo más importante que nos llevamos quienes nos dedicamos a lo aéreo es a valorar a los seres humanos, cercanos o lejanos que depositan su confianza en los servicios de aerotransporte de pasajeros y carga, al final de cuentas seres humanos que durante la pandemia compartieron con la mayoría de sus congéneres que no tuvieron acceso a los cuidados de servicios de salud propios de sociedades desarrolladas o maduras o aquellos a los que los millonarios, los políticos o los cuerpos privilegiados (que generalmente son lo mismo) tienen acceso en las naciones pobres, caso de México, un enorme terror, demostrado en forma de funerales en los que los próximos no podían asistir y en los que se tuvo que decir adiós para siempre a muchos amigos y familiares.
Aun conscientes de lo anterior, los que parece que, por lo menos en mi país, no aprendieron nada de la emergencia sanitaria fueron algunos administradores aeroportuarios para los que, tal y como me lo hizo saber contundente y claramente un funcionario del AICM, conceptos como la “sana distancia” no les importaba mucho que digamos. Todo indica que tampoco no aprendieron nada los directivos de ciertas aerolíneas, quienes presumiendo en su publicidad el haber implementado procedimientos de prevención de contagios en sus operaciones, no se aseguraron de que siquiera las cabinas de pasajeros de sus aviones fuesen debidamente desinfectadas luego de un aterrizaje con usuarios, antes de que otros accediesen a ellas para un nuevo vuelo, con tal de mantener la eficiencia. Es decir, primero los números que la salud de clientes y colaboradores.
No tengo palabras para referirme con amabilidad respecto a los jefes en entidades y organizaciones públicas y privadas, para los que el fundado miedo de contagiarse y la natural y por ende válida solicitud de facilidades por parte de un empleado para mantenerse aislado, tal y como la medicina indica es la mejor de las medidas para evitar enfermar o hacer que otros se enfermen, fueron consideradas como tonterías o pretextos para justificar falta de productividad y para los que un cubrebocas es un molesto y ridículo accesorio.
Menos amables aún son mis expresiones hacia aquellos en todas las geografías, que debiendo legalmente hacerlo en función de sus cargos, privilegiaron a la política o a sus principios personales sobre la salud de sus gobernados. ¿Me escuchas doctor López – Gatell?
Hago votos para que, tal y como lo comenté en una nota publicada en el año 2014 relacionada con una epidemia en África y la posibilidad de que la misma se pudiese expandir por el mundo entero empleando las capacidades del aerotransporte moderno, las autoridades nacionales tomen nota de ello y finalmente blinden sus soberanías con controles sanitarios mucho más efectivos en sus terminales internacionales de transporte, caso notable de los aeropuertos que lo que impera, México incluido.
De nada sirve una lección, si no se aprende nada de ella, y vaya qué clase de aviso nos dejó el covid.
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