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Debo confesar que me encantaba volar en Aeromar. La razón, irónicamente es la misma que alejaba a varios de sus clientes: El que sus aeronaves fueran “de hélice”, algo que habla de los prejuicios y desconocimiento que el público tiene de una actividad que paradójicamente le fascina como es el vuelo del hombre. Quizás algo falló en la estrategia de comunicación de la aerolínea para hacerle saber que independientemente de que tengan hélices, los ATR que operaba se podían incluir entre las aeronaves más nuevas y, hay que decirlo, modernas en la flota de todas las aerolíneas mexicanas. Y es que, rondando los seis años de antigüedad, el promedio en este sentido de sus equipos de vuelo era menor a la de cualquier otra operadora de bandera nacional a excepción de Viva Aerobus.
Lo cierto es que a bordo de sus espaciosas aeronaves, la experiencia de volar en Aeromar se acercaba a esa aviación que muchos extrañamos que nada tiene que ver con el aerotransporte moderno, cada día más convertido en un simple “commodity” en lugar de ese producto extraordinario y de alto valor en todos los sentidos que alguna vez fue. Volar en un ATR, con todo y sus hélices y su particular ruido, su a veces intenso comportamiento al enfrentar las corrientes de aire y su relativamente baja altitud de crucero que permitía disfrutar vistas impresionantes de la geografía que sobrevolaba, era algo que este analista del quehacer aéreo procuraba hacer tan frecuentemente como le fuese posible, lo cual no era sencillo, y es que desgraciadamente, dados los costos de operación que tenía, propios de su modelo regional de negocios y más desde que sus tripulaciones de vuelo se afiliaron a poderosos sindicatos, Aeromar por más buen servicio que tuviese no se podía dar el lujo de ofrecer tarifas reducidas, en especial en los mercados en los que peleaba contra otras aerolíneas, incluyendo la misma Aeroméxico que mantenía frecuentemente niveles tarifarios similares. No en balde fue la aerolínea del Caballero Águila la que anticipando el fin de operaciones de la familia Katz, ni rauda ni perezosa se apuntó para operar algunas de sus rutas.
De esta manera, mi bitácora como pasajero apenas registra siete despegues en Aeromar, involucrando seis aeropuertos mexicanos. Los últimos dos en el marco de un gran fin de semana en Zihuatanejo que me regalé volando sus ATR-72, aprovechándome de una rara tarifa si no menor, sin duda igual o muy cercana a la de su competencia. Quedándome claro que no volveré a volar en ella, recordarlos me resulta todavía más valioso.
Me hubiese encantado experimentar vuelos con esos tres Canadair CRJ-200 con los que hacia 2011 a 2015 pretendió infructuosamente escalar su servicio a la categoría del Jet y con eso acabar con otras cosas con el argumento asociado a las hélices de sus ATR entre sus detractores y claro está en alguno de los dos IAI Arava 201 que tuvo hacia comienzos de los años 90. Creo que resultó claro que el avión ideal de la aerolínea era el popular turbohélice ítalo-francés que la distinguió desde su fundación hasta los terribles tiempos que vive.
Aeromar ya es historia y de la buena en la aviación civil mexicana. La base de datos de incidentes u accidentes en el prestigiado portal de la especialidad no tiene registro alguno asociado a ella. Es decir que la aerolínea tenía un excelente récord de seguridad, si bien quienes tenemos algunas horas de vuelo en esto de las aerolíneas y los aeropuertos mexicanos sabemos que sí tuvo incidentes, como uno en el que se dice perdió la vida uno de sus colaboradores al ser golpeado en plataforma por la pala en movimiento de uno de los ATR en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Insisto: ¡Qué ironía al pensar que una persona que le tenía miedo de volar en un avión “tan obsoleto”, no comprendiese que su integridad estaba a mucho mejor resguardo en Aeromar que otras aerolíneas mexicanas!
Así de absurdas son a veces las cosas en esto de la aviación comercial. Una excelente aerolínea que ofrecía buen servicio, atendía destinos que tenían demanda en los que se podía dar el lujo de cobrar lo que se debe y además era segura, termina por desaparecer.
Va entonces un tributo personal para la que al dejar de operar el pasado 15 de febrero era además, por su razón social, la aerolínea más antigua de México y también mi enorme reconocimiento y agradecimiento a quienes hicieron de ella lo que fue, caso de mi amigo el ingeniero Juan Manuel Rodríguez Anza, que por años tuvo mucho que decir en su gestión, reflejando los valores de la que fue una pequeña, pero gran aerolínea que honró al aerotransporte mexicano dentro y fuera de nuestras fronteras.
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