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Me aviento la puntada de pensar en irme de fin de semana a mi adorado Puerto Escondido, comenzando el viaje digamos el jueves 9 de junio de 2023, solo para darme cuenta que la aerolínea me cobraría por el vuelo de ida MENOS veinte pesos, así es, me regalará ahora sí que el refresco. La cosa se complicaba y mucho cuando el vuelo de regreso al Valle de México el domingo siguiente me costaría la friolera de dos mil 120 pesos.
Lo cierto es que hay mucho de verdad en las promociones de las aerolíneas, tanto así que eventualmente podemos hacer vuelos con base a tarifas tan atractivas que la componente Tarifa de Uso de Aeropuerto termina siendo la de mayor peso en el total pagado por el boleto. Desgraciadamente también hay mucha mercadotécnica y hasta un exceso de manipuleo emocional y legal en la “letra chiquita” en ellas, al grado que tarifas a esos niveles en realidad terminan siendo elementos que “legitiman” campañas publicitarias en las que el “gancho” son tarifas verdaderamente atractivas, que recordemos, fácilmente se pueden transformar en varios cientos de pesos conforme vamos agregando equipaje de mano, documentación, asignación de asientos y alimentos y bebidas a bordo, entre otros cargos por servicios adicionales, mismos que terminan siendo la verdadera fuente de ingresos de algunas operadoras.
Mi recomendación entonces es no entusiasmarse demasiado ante una tarifa “demasiado atractiva como para creerse” en un vuelo sencillo y mejor hacer un cálculo de lo que realmente terminaremos pagando por un vuelo redondo, eso sí, a la mayor brevedad, toda vez que tarifas como las que comento se evaporan de la oferta de asientos en cuestión de minutos.
Sobra decir que para volar barato la regla de oro sigue siendo comprar con anticipación y en lo posible en temporadas, fechas y horarios de menor demanda y algo muy importante: ser flexibles en los planes de viaje.
La pregunta es obligada: ¿me regalé mi vuelito a Puerto Escondido?
La verdad es que decidí mejor conformarme con un atardecer de esos que también valen la pena en los rumbos de Tecámac, Estado de México, e invertir mi tiempo y dinero hacia otra playa: la de Tijuana, Baja California, destino para el que debo apuntar me parece que las tarifas están regresando a niveles que no todo el mundo va a poder seguir pagando, algo que honestamente considero es lo correcto. ¿En serio? ¿Cómo se le ocurre al autor de este texto decir eso?
¡Sencillo!
Para nadie es un secreto que soy de la idea que el aerotransporte, por sus costos de operación, la magnitud de las inversiones, los riesgos financieros que supone y la complejidad de su gestión, no es para todos, ni para todos los bolsillos, algo que aplica tanto a inversionistas como a clientes. Más aun, por bien que pudiera conocer de economía del transporte y de los conceptos de optimización que rodean el cálculo y publicación de tarifas, el pensar que de manera general el avión puede ser tan barato o más que el autobús, me parece un sinsentido, de ahí que hay que tener cuidado a la hora de escuchar “el canto de la sirena” asociado a ciertas tarifas y mejor pensar que si la elección para transportarse o transportar algo favorece al avión estando preparados para pagar lo que en realidad vale y que es mucho más de lo que las aerolíneas y sus mercadólogos a veces nos intentan hacer creer.
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