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Los panistas, con Vicente Fox al frente, llegaron a lo más alto del poder político en México en el año 2000, precisamente cuando los albores del nuevo siglo abrían esperanzas de cambio y de verdadera transformación para nuestro país.
Algunos de nosotros, animados por el recuerdo de grandes luchadores sociales como Heberto Castillo en la izquierda, Manuel Gómez Morín en la derecha y particularmente Manuel J. Clouthier (Maquío), más bien en el centro, nos sumamos a los mexicanos que fueron a las urnas, otorgándole al guanajuatense el 42% de los votos y al panismo y sus aliados una mayoría en el Congreso de la República, lo cual los colocaba en la privilegiada posición de potencialmente hacer los cambios que México necesitaba para abandonar el legado priista y finalmente convertirse en una nación democrática, competitiva, equitativa y justa, en la que imperasen el estado de derecho y el bienestar social y no los intereses de unos cuantos, comenzando por los políticos.
Si Vicente Fox y los panistas en el gobierno hubiesen comprendido la magnitud de la transformación que estaba a su alcance y hubiesen tenido los pantalones y el amor por México de arriesgarse a hacerlo, cueste lo que cueste, seguramente habrían tenido el apoyo de la mayoría de los mexicanos, que cansados de la incompetencia, corrupción e impunidad reinante entre nuestros gobernantes le hubiésemos dado una cálida bienvenida a la gran mayoría de sus iniciativas.
Pero nos fallaron; desperdiciaron esa gran oportunidad que el respaldo popular de todos los colores políticos les había dado y convirtieron al sexenio en uno más, tal y como de alguna manera también se convirtió el sexenio calderonista, sin los cuales no se puede explicar que una administración tan frívola como la de Enrique Peña Nieto allanase el camino para que Andrés Manuel López Obrador finalmente llegara a Palacio Nacional.
¿Los resultados de esos gobiernos?
Bueno, aquí es donde debo darle, como corresponde, un sentido aeronáutico a mi columna en la que solamente voy a hablar de algunos de ellos:
Primero, la cancelación de la construcción del nuevo aeropuerto para la Ciudad de México en la zona de Atenco, Estado de México, obra indispensable para mantener la debida conectividad aérea del país ante la saturación que registraba el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Segundo, autoridades aeronáuticas debilitadas por la corrupción, impunidad, incompetencia y la falta de presupuestos.
Tercero, la desaparición del referente de las aerolíneas de nuestro país (Mexicana de Aviación) en medio de todo un muladar administrativo y jurídico.
Ahí están las cicatrices en el lago de Texcoco de lo que sería el nuevo aeropuerto y la controversial construcción de uno en Santa Lucía; la posibilidad real de que México regrese antes de infringirle un severo daño a las aerolíneas a la segunda categoría en lo que en materia de certificación internacional de sus autoridades aéreas toca y empleados de Mexicana tomando durante 10 años, hasta que los marinos los corrieron, las instalaciones del Aeropuerto “Benito Juárez” de la Ciudad de México, presionando con justa razón para que se les respeten sus derechos laborales y se les compense como corresponde.
Entonces que no nos vengan ahora los partidos de oposición que necesariamente son la solución a los problemas de México o que son una opción verdaderamente viable al gobierno morenista, necesario contrapeso que solamente puede emanar de la existencia de líderes como ese carismático, competente, valiente y decente “Maquío”, cuya labor al frente de la política mexicana estoy seguro hubiese blindado al país, por lo menos por varios sexenios contra administraciones como las que hemos tenido en este siglo XXI.
Si bien no vale la pena lamentarse por lo que no fue, creo que estamos a tiempo de identificar en la derecha, izquierda o en el centro del espectro ideológico a ese nuevo estadista que Vicente Fox no fue, por más que aspiró a serlo, es decir, uno que por ejemplo conciba, ejecute y termine proyectos verdaderamente sustentables social, económica y medioambientalmente, uno que no permita funcionarios públicos de tan mala calidad como los que hemos padecido y uno que privilegie y demuestre con su proceder el respeto al estado de derecho en el territorio nacional y sus relaciones con el extranjero.
México y su aerotransporte lamentablemente estamos pagando por el desperdicio de esa gran oportunidad de sana transformación que tuvo en sus manos el otrora ejecutivo de Coca Cola que elegimos como presidente, supuestamente para hacerla realidad y así proteger a México, precisamente de lo que ahora estamos padeciendo en todos los niveles de la administración pública.
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