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Al destierro al que se condena en cualquier círculo social, empresarial, laboral, académico, deportivo, cultural, familiar o político a alguien por no ser del agrado, ya sea del líder o del grupo dominante, se le llama ostracismo. Una persona “non grata” puede ser marginada física, emocional o administrativamente de seguir siendo parte de algo. Generalmente la intención al hacerlo es que, como se diría coloquialmente: “deje de causar problemas”, tal y como sucede con algunos asiduos opinadores a los que les (quizás debería decir nos) encanta “pisar los callos” de otros, en especial, de quienes se relacionan con sus áreas de interés, en debates que no siempre son bien recibidos, aun cuando exista algún mérito o justificación para iniciarlos y hasta sean planteados de manera respetuosa.
Creo que para nadie es un secreto que estamos viviendo tiempos en los que, como en la antigua Grecia, no solamente un incisivo detractor, sino también un prudente opositor a cualquier idea, causa, movimiento, tendencia o líder, o simple y sencillamente alguien “que haga demasiadas olas” puede ser “amablemente” invitado a retirarse, o ignorado a tal grado que aún física o legalmente presente, nada de lo que diga o haga tiene ya efecto alguno en los demás o en los procesos en los que interviene.
No debe sorprender que para la mayoría de los humanos la idea de un destierro, tenga las características que tenga, puede resultar tanto o más aterradora que las consecuencias de no oponerse a aquello que siente debe hacerlo, por ejemplo, en ciertas decisiones en su familia, su comunidad, su escuela, su trabajo u otros de sus espacios. Una de las tácticas a las que los ciudadanos recurren con más frecuencia con tal de no ser marginados, tengan o no tengan razón en sus opiniones, es aplicar “la técnica del avestruz”. Veamos:
“No escondas la cabeza como el avestruz”, se suele decir a quien evita las confrontaciones, rehúye conflictos o trata de escapar de los problemas. Y es que en el imaginario popular se acepta la noción que el ave entierra su cabeza cuando percibe alguna condición de peligro, dejando visible solamente su cuerpo, supuestamente buscando mimetizarse con los arbustos cercanos y así confundir a sus depredadores, algo que según las publicaciones técnicas que acabo de consultar para redactar esta nota, afirman no es cierto, debido a que en realidad lo hacen para proteger los huevos que suelen poner en agüeros poco profundos a los cuales acceden inclinando su largo cuello y por ende su cabeza.
Tal y como lo he constatado a lo largo de mi vida, el miedo a las consecuencias de ser opositor, insisto, aun teniendo la razón y hacerlo respetuosa y por ahí prudentemente, aun en marcos democráticos, es tan grande que muchas personas, por ejemplo, en mi entorno no solamente han decidido ellas, sino que me han conminado a seguirles en eso de “no arriesgar el cuello” y a mejor esconder la cabeza en un agujero.
El problema estimado lector y lectora, es que hay temas con tal importancia y repercusiones potenciales en nuestra calidad de vida, o están vinculados a tales niveles de riesgo, caso de lo relacionado a las operaciones aéreas, que me parece irresponsable desentenderse de su evolución.
En tiempos en lo que, reitero, los esfuerzos para coartar libertades tan elementales como la de la libre expresión y en los que las democracias están siendo amenazadas por todo el mundo con el fortalecimiento de fundamentalismos, irónicamente muchas veces inicialmente instaurados por procesos democráticos, considero que los ciudadanos no nos podemos dar el lujo “hacernos de la vista gorda” cuando somos testigos de acciones o decisiones de personas, organizaciones o entidades con el poder de hacer las cosas tan mal que aquello deciden hacer representa un peligro para la salud, la seguridad, la economía o la convivencia.
Es por eso que este analista del quehacer aeronáutico, cuando su experiencia, conocimientos y salud física y mental se lo permitan, no dejará de exponer en espacios como este, temas que le preocupan y que a su juicio deben ser atendidos por la industria del aerotransporte, tanto como lo hará en su casa, en su escuela, en su trabajo y en su comunidad, derecho, al que no pretende renunciar, ni con la muerte, lo cual remite a una de las ventajas y a vez una de las responsabilidades de decir las cosas por medio de la palabra escrita y que tiene que ver con su capacidad de permanencia. Por algo tenemos el privilegio de acceder a las opiniones y conceptos de los grandes pensadores del pasado, por cierto, muchos de ellos condenados al ostracismo.
No olvidemos que por más cobarde que en un principio pudiera parecer un avestruz al esconder su cabeza, al final de cuentas termina siendo toda una fiera a la hora de defender lo suyo. Creo que eso es lo que tenemos ahora que hacer todos los mexicanos: defender lo nuestro. Quien firma esta nota, por lo menos, lo intenta en algo de lo que más ama: su familia, su México y mediante esta entrega editorial, su aviación.
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