Cuando en mayo de ese mismo año Charles A. Lindbergh capturó la imaginación del mundo entero volando en solitario entre Nueva York y París, también capturó la de Disney quien se inspiró en la gesta para darle a su personaje la aventura que necesitaba: El ratoncito emularía a Lindbergh, decidió Disney.
Es así que en “Plane Crazy”, el primer cortometraje de dibujos animados de Disney, “Mickey Mouse”, uno de los íconos culturales, marca y diseño más poderosos y valiosos de la historia, apareció deseando aprender a volar tal y como lo hacía “Lindy” para impresionar a su novia Minnie.
Sin embargo “Plane Crazy”, que a propósito no tenía banda sonora, no fue el primer cortometraje de “Mickey Mouse” en ser exhibido comercialmente, honor que pasó a “Steamboat Willy” de 1928 y que es recordado oficialmente por los Estudios Disney como el inicio de la zaga.
¿Pero qué pasó con “Plane Crazy” que no salió antes que “Steamboat Willy”? Parece ser que no fue bien recibida en las pruebas de audiencia y se optó por recurrir a la otra producción, que además, sí tenía banda sonora, algo que el público apreciaría.
En cualquier caso, si bien no con el peso específico que algunos hubiésemos deseado, el impacto del vuelo humano está presente en otras manifestaciones del legado Disney, comenzando por el hecho de que el avión de “Plane Crazy” y algunas de sus escenas fueron eventualmente recicladas y empleadas en nuevas producciones.
Una visita a la “Main Street” del Disneylandia original en Anaheim, California, le permite a uno toparse con la réplica de la fachada de un negocio de bicicletas de Dayton, Ohio, en la que se puede leer un letrero que dice: “Nos fuimos a volar”, lo cual invoca esos días en 1903, cuando sus propietarios, los hermanos Wilbur y Orville Wright, abandonaron su negocio y se fueron a las dunas de Kitty Hawk en Carolina del Norte a darle al mundo el primer vuelo de un avión.
Pareciera ser que Disney, si bien reconocía el valor de las hazañas aeronáuticas, terminaba limitando la participación de lo aeronáutico en sus producciones, algo que contrasta con la fascinación que tenía con los ferrocarriles, muy presentes en su temática fílmica y en sus parques de atracciones.
No estoy seguro si Lindbergh vio “Plane Crazy”, supo siquiera de su existencia o fue informado del impacto que su vuelo a París tuvo en la génesis de este personaje, con el que por cierto rivaliza en la competencia entre los íconos del Siglo XX.
Conociéndolo como creo que lo conozco, el personaje debió hacerle gracia, pero de ahí a llevar a sus hijos cine a verlo o pasearse con ellos en Disneylandia, hay un enorme trecho, que siento, no recorrió. Además, parece ser que lo más cerca que Lindbergh estuvo de Disney fue en 1941, cuando ambos asistieron a una reunión de una organización opositora a la participación de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial en Los Ángeles, California.
Lo cierto es que todo esto me recuerda que para un público tan ávido de héroes como lo era el que poblaba el mundo hace unos cien años, el vuelo del “Espíritu de San Luis” resultó algo verdaderamente extraordinario, como extraordinaria resultó la aeronáutica para incubar héroes de carne y hueso como Lindbergh y héroes animados como el gran “Ratón Miguelito”. Una interesante simbiosis que con gusto comparto con mis amables lectores.