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En el marco de la vorágine mediática que rodea todo lo que ocurre en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), un tema que ha estado recientemente de moda es el de la llamada T2, es decir, esa segunda terminal que a partir del año 2007, durante la administración calderonista “intentó”, así es, intentó entre comillas, contribuir a paliar el problema de la saturación de dicho aeropuerto.
¿Lo logró?
Algunos podrían afirmar que sí. Otros, la verdad, no estamos tan seguros de ello. Y es que veo a la T2 como la primera de las varias desafortunadas y costosas consecuencias de la decisión del entonces presidente Vicente Fox de cancelar el proyecto del aeropuerto en Atenco (Texcoco), Estado de México.
La conozco bien, es más, quizás demasiado bien. Además, debo confesar que, si bien no soy ni ingeniero, ni arquitecto, tal y como nos ha quedado claramente evidenciado con sus notorios y preocupantes problemas en lo que a seguridad toca, especialmente relacionados a sus estructuras, me parece un proyecto muy, pero muy defectuoso y marcadamente oneroso e ineficiente en muchos sentidos.
La siento fría y desangelada, algo que en mi opinión contribuye, como lo hace la saturación de sus áreas de documentación, vialidades terrestres, salas de espera, migración, aduanas y bandas de reclamo, ¡ah, y el olor a cloaca!, a una mala experiencia de tránsito del pasajero, todo esto en un contexto cuasi-bipolar en el que la falta de espacio que reclaman los usuarios, incluyendo las aerolíneas, para las que sus plataformas y calles de rodaje resultan toda una pesadilla operativa, contrastan dramáticamente con esos miles y miles de metros cuadrados de estructuras construidas en ella que no han tenido empleo productivo alguno desde que la terminal abrió sus puertas y que invariablemente generan costos al aeropuerto y por ende al erario federal, en rubros como energía, administración, limpieza, mantenimiento, control de plagas, administración y seguridad, por citar algunos.
La pregunta es obligada, ¿se debe demoler?
Insisto, no soy ingeniero, pero como gente de aeropuertos y quiero pensar, especialista en el AICM en particular, estoy convencido que no solamente ofrece mala calidad de servicio, sino supone un riesgo de diversa índole para quienes la emplean ya sea para volar, trabajar en ella o visitarla. No me gustaría estar en su interior en el momento que vuelva a ocurrir un gran sismo en Ciudad de México.
Lo que me queda claro es que no debió ser construida, como sí debió haber ocurrido con el aeropuerto que en su momento con “bombo y platillo” nos anunció hace ya unos 20 años el gobierno del presidente Fox, sólo para ser vergonzosamente vencido por un grupo de macheteros, haciéndole un muy mal favor a un México que requiere con urgencia mejor infraestructura aeroportuaria para mantenerse competitivo en el escenario global.
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