Desgraciadamente no solamente para el fabricante y las aerolíneas, sino para toda la cadena productiva aeronáutica, las soluciones están resultando más difíciles encontrar de lo que algunos habían pensado cuando el modelo fue puesto en tierra en marzo pasado.
Para complicar aún más su panorama, me da la impresión de que Boeing puede terminar pagando una parte desproporcionada de los platos rotos que generará el conflicto comercial entre Donald Trump y Xi Jinping.
Si bien sigo creyendo que la industria aeroespacial china, sin duda, en impresionante desarrollo, todavía no está en condiciones de prescindir de los productos de la armadora con sede en Chicago, Illinois, por dos razones: la primera porque no aún no puede autoabastecerse, y la segunda porque “la otra opción” (Airbus), con todo y disponer inclusive de una planta de ensamble en Tianjin, China, no se daría abasto para atender la demanda que generaría ser virtualmente el único proveedor de grandes aeronaves comerciales a ese país, negocio que podría suponer más de siete mil aeronaves en las próximas dos décadas, valuadas en casi un trillón de dólares americanos.
Lo anterior no impide que las ventas de aeronaves norteamericanas a China terminen siendo impactadas en el corto plazo por la imposición de aranceles y otras medidas retaliatorias, cargadas de fuertes tintes políticos.
En su momento llamó la atención la velocidad con la que las autoridades aeronáuticas chinas reaccionaron ante el accidente del MAX etíope, replegándole las alas al modelo, argumentando “cero tolerancia ante riesgos de seguridad”, argumento que este analista, conociendo un poco a los chinos, no termina por comprar del todo y más bien lo ubica como un componente más del, ahora sí verdaderamente peligroso, juego estratégico que juegan Pekín y Washington.
Confieso mi preocupación por la coyuntura y por el impacto que pueda tener en la economía global; sin embargo, centro mi interés en la solución que pudiera finalmente darse a los vergonzosos problemas técnicos del 737 MAX, pero también en las acciones que la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), y los gobiernos en ella representados, adopten para encarar la debilidad estructural que los accidentes del MAX y otros trágicos eventos recientes han evidenciado en el seno de las autoridades certificadoras de todo el mundo, comenzando por las norteamericanas, responsables originales de la certificación del modelo y que no dejan de ser las más influyentes del orbe.
Las guerras, sean del tipo que sean, nunca traerán consecuencias positivas. Hago votos para que esta guerra en particular, la chino-norteamericana, no distraiga ni a Boeing, ni a nadie más en su esfuerzo de asegurarse que aquello le ocurrió a esos dos 737´s (indonesio y etíope) no le vuelva a suceder a aeronave alguna en el futuro.
No hay que olvidar que el 737, gracias a Aeroméxico, es un gran protagonista del aerotransporte mexicano.
Algo me dice que el tema de la seguridad del MAX, el futuro de Boeing y la relación entre las dos más grandes economías del mundo serán los grandes protagonistas de la próxima edición del Salón Internacional de la Aeronáutica y del Espacio Le Bourget, Francia este próximo mes de junio.
Esperemos que para entonces los cielos se hayan despejado un tanto en Chicago; nos conviene a todos los involucrados en lo aeroespacial.
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