De nada sirve operar una aeronave con altísimos niveles de seguridad en lo que a lo técnico se refiere, si la misma o sus ocupantes corren el peligro de verse afectados por un acto de interferencia ilícita que pudo haber sido prevenido en tierra.
De esta manera le hemos dado la bienvenida al escenario aeroportuario global lo mismo al guardia, al agente, al policía y en muchos casos al militar, en los que, respaldados por la más alta tecnología, descansa la que sin duda es una compleja y no siempre debidamente valorada y entendida labor de la más alta importancia.
Como todo recurso y más tratándose de uno tan crítico, sofisticado y costoso como éste, del que además depende tanto, el elemento de seguridad del nivel que sea o de la organización o fuerza de la que provenga debe ser aprovechado de manera óptima.
Y es que a la hora de prevenir, atender una amenaza o una emergencia, el que un guardia o policía carezca de la preparación, equipamiento, perfil, estado físico o emocional para hacer su labor efectivamente es tan perjudicial como disponer, por ejemplo, de un extinguidor sin carga de polvo o un hidrante sin agua.
El impacto potencial tan grande de los riesgos en lo aeronáutico, ya sea en lo estratégico, lo económico y lo mediático, obligan a enfrentarlos con una respuesta al mismo nivel, de ahí que se requieran impenetrables barreras cuyos beneficios medibles compensen cualquier inversión y no simples y onerosas protecciones que en el mejor de los casos terminan por no servir para nada y, en el peor, complican la operación aeroportuaria, potencializando inclusive las amenazas.
Lo anterior sin olvidar además que es una obligación de los Estados evitar que la principal ventaja del aerotransporte, que es la velocidad, se pierda con un exceso de trámites y controles en los aeropuertos y algo más sutil pero no menos importante: que el usuario del aerotransporte sea tratado con respeto y calidad en su tránsito por los aeropuertos.
Como licenciado en Turismo eso es algo que me preocupa, en particular cuando veo a guardias atribuyéndose facultades de policías o policías que no deberían haber pasado de vigilantes.
¿Seguridad o facilitación? ¿Libertad de movimiento o protección contra amenazas? ¿Servicio o efectividad? ¿Cantidad o calidad? ¿Privacidad o desconfianza? ¿Gasto o inversión? ¿Maquillaje o garantía? Encontrar el equilibrio entre proteger a las aeronaves y a sus ocupantes o cargarles un lastre no es sencillo, pero se tiene que lograr.
Para eso están los profesionales de la seguridad, muchos de los cuales, incluyendo los mejores, trabajan en el entorno aeroportuario nacional y global, sin duda gran escuela y campo de batalla en esta virtual guerra de la mayor trascendencia, en la que administradores, aerolíneas, proveedores de servicios, autoridades, cuerpos de seguridad, organismos nacionales e internacionales especializados, legisladores, representantes de consumidores y la sociedad civil están involucrados.
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