Controversial asunto que, sin duda, me hace recordar cómo, alguna vez en el pasado no muy distante, tuve un encuentro cercano, en pleno vuelo, con un agente de seguridad, a bordo de una aerolínea norteamericana.
Todo comenzó cuando ingresé a la aeronave y me encontré con que estaba en buena parte vacía, lo cual aproveché para solicitar y obtener permiso para cambiar mi asiento a uno que consideraba mejor y que se ubicaba en una ventanilla detrás de ala, en una zona en la que debo decir no había más ocupantes que el que suscribe y algún miembro de la tripulación que no tomó a bien un comentario que le hice en relación a una acción que realizaba y que en mi opinión violaba protocolos de seguridad operacional en detrimento de los pasajeros. A regañadientes corrigió su error, no sin antes etiquetarme como “pasajero complicado”.
Sus alarmas en relación a mi persona se incrementaron conforme ya en vuelo, me vieron recorriendo las áreas públicas de la aeronave, un lujo que suelo darme cuando subo por primera vez a ciertos tipos de aeronaves, con tal de conocerlas mejor.
Más aún se preocuparon cuando constataron que comencé a trazar rutas aéreas en una hoja en blanco y a marcar ciertos aeropuertos en un mapa; ante ello salieron corriendo a pedir ayuda a quien resultó ser un Air Marshal que muy pronto estaba sentado junto a mí.
No costó trabajo al amable alguacil darse cuenta que no estaba tratando con un terrorista, sino con un quizás versado, pero sin duda entusiasta, de todo aquello que tiene que ver con lo aéreo, que si bien se salía del perfil promedio del pasajero al que en su mayoría no le interesa saber otra cosa de la aeronave en la que vuele que no sea que va a llegar segura y a tiempo a su destino, su comportamiento de ninguna manera violaba normatividad alguna y menos aún suponía una amenaza a la seguridad de la aeronave y sus ocupantes.
Inclusive me recomendó presentar una queja por el mal servicio que me dio el tripulante y se disculpó por las molestias que pudo haberme causado todo el asunto.
Debo confesar que la experiencia resultó, por decir lo menos, interesante, toda vez que tuve la oportunidad de conversar con el caballero sobre algunos temas precisamente en materia de seguridad, algo que me permitió confirmar, y así se lo hice saber, mi hipótesis sobre el grado de exagerada preocupación, no quiero decir paranoia, que tienen algunas autoridades y prestadores de servicios de aerotransporte norteamericano ante la posibilidad de nuevos atentados desde ese fatídico 11 de septiembre de 2001 y la falta de preparación de algunos tripulantes o agentes de tráfico que mal interpretan ciertos comportamientos de algunos pasajeros, dando origen a esas decenas de casos de abusos que tan ampliamente han sido documentados en los medios de comunicación y redes sociales en los últimos tiempos.
Es así que si bien no me atrevo a emitir una opinión sobre la conveniencia o no de que este tipo de agentes vuelen en las aeronaves comerciales, definitivamente puedo expresar mi preocupación sobre la necesidad de que el personal que tiene contacto con los pasajeros dentro y fuera de las aeronaves tenga la debida preparación para estar en condiciones de etiquetar con objetividad a un pasajero o emitir una alerta sobre su comportamiento.
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