Me vienen a la mente algunos casos cuando los fierros o sistemas fallaron, no así los aviadores, salvando centenares de personas: Ese Boeing 767-200 de Air Canada que en 1983 se quedó sin combustible en pleno vuelo por un mal despacho y que logró aterrizar en lo que alguna vez fue una base aérea canadiense.
También la milagrosa recuperación del control de un Boeing 747-SP de China Airlines en 1985 que comenzó a girar en picada sobre el Pacífico luego de que uno de sus motores repentinamente se apagase; el violento aterrizaje forzoso y parcialmente fatal en 1989 de un de un McDonnell Douglas DC-10-10 de United en un aeropuerto de Iowa en los Estados Unidos tras la falla no contenida de uno de sus motores, que a su vez provocó una pérdida casi total del control de la aeronave.
Asimismo, el planeo hasta un aeropuerto en las Azores de un Airbus A330-200 de Air Transat que se quedó sin combustible por una fuga; la impecable gestión de una grave emergencia mecánica en los cielos de Singapur en un Airbus A380-800 de Qantas en el año 2010, y finalmente, el caso más conocido: la actuación del ahora legendario piloto Chesley Sullenberger que un día del año 2009 llevó exitosamente a acuatizar en el rio Hudson a un Airbus A320-200 de US Airways, luego de que la aeronave se quedara sin la potencia de sus turbinas producto de una ingesta de aves.
Estos incidentes tuvieron en común que ocurrieron cuando las aeronaves eran piloteadas por profesionales experimentados y competentes, verdaderos aviadores que lograron mantener el más difícil de lograr de los controles en una emergencia: el de sí mismos, prerrequisito para a su vez, controlar la aeronave.
Desgraciadamente no siempre los ocupantes de una aeronave con fallas tienen esa fortuna, y resulta común encontrarse con reportes de investigaciones de accidentes en los que se dictamina que, entre las causas principales del evento se encuentra la incapacidad de la tripulación de entender o corregir una situación relativamente menor, generalmente asociada con una falla mecánica o en los sistemas, misma que termina convirtiéndose en una tragedia.
En tiempos en los que la industria del aerotransporte y la labor en las cabinas de vuelo se han transformado radicalmente gracias en buena medida a la electrónica, la eventual falla de fierros y sistemas resalta la importancia de contar invariablemente con pilotos a los que no se les haya olvidado que su principal función no es monitorear una computadora, sino volar el avión, siempre listos para hacerse de su control, reemplazando cuando se requiera a cualquier sistema.
Profesionales que saben identificar cuando ha llegado el momento de olvidarse del teclado, la pantalla y la telemetría, para volver a ser aviadores, concentrándose en el bastón, los pedales y los aceleradores, monitoreando horizontes artificiales, altímetros y velocímetros, y coordinarse adecuadamente con quien comparte con ellos responsabilidades en la cabina de mando. En pocas palabras: tiempo de volver a lo básico para sacar adelante una emergencia.
Twitter: @RevistaT21