Me entero, y no por una, sino por tres fuentes diferentes, que en los aeropuertos administrados por el Grupo Aeroportuario, Ferroviario, de Servicios Auxiliares y Conexos Olmeca – Maya – Mexica (GAFSACOMM), se sigue privilegiando cumplir con los caprichos burocráticos emanados no solamente de ese grupo militar, cuyas oficinas se ubican en las instalaciones del Campo Militar 37-D en Santa Lucía, Estado de México, sino también de las que parten de Lomas de Sotelo en la Ciudad de México, es decir la sede de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), en lugar de atender como es debido la operación de las infraestructuras. No me sorprende constatar también que algo similar está ocurriendo en las terminales a cargo de la Secretaría de Marina, caso notable el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México en el que los procesos administrativos cada día se complican más y más.
Me externan mis fuentes que en lugar de dedicarse a velar de manera concentrada por una operación segura y eficiente del aeropuerto, cada vez con mayor intensidad, aún el personal técnico debe darle prioridad al cumplimiento en tiempo y forma de requisiciones de información ordenadas por el alto mando, que lo único que ha hecho es aumentar de manera poco productiva las cargas de trabajo de los empleados, en especial los más capacitados y experimentados aeronáuticamente hablando, a los cuales se les exigen jornadas de trabajo injustas y muchas veces sin los debidos descansos. De hecho, me acabo de enterar que se les ha informado que debido a las presiones para cumplir los compromisos presidenciales no podrán descansar día alguno a menos que se les autorice especialmente a ello, lo cual se les informa será difícil que ocurra.
El problema se complica conforme, nuevamente, ante la obligación de atender protocolos administrativos y operativos propios de lo castrense, se están sumando funciones, procesos y controles adicionales a los que antes de la militarización prevalecía en los aeropuertos mexicanos, con las consiguientes cargas presupuestales adicionales y requerimientos de más espacios de oficinas, alojamiento, resguardos, estacionamientos, etcétera, para ejecutarlos.
Lo cierto es que, ante la disyuntiva de hacer el trabajo para el cual fueron contratados o preparar enviar innumerables e inútiles documentos que los burócratas uniformados en la Ciudad de México requieren de los aeropuertos bajo su control, los colaboradores con tal de no quedar mal con sus intransigentes superiores, se abocan a tratar de tenerlos contentos, algo que muy pocas veces en realidad logran y dejan para cuando les sea posible hacerlo las tareas propias de sus verdaderas funciones, mismas que tienen que ver, tal y como lo indica el espíritu del Convenio de Chicago sobre Aviación Civil Internacional de 1944 y sus 19 anexos con la seguridad, eficiencia, sustentabilidad, sostenibilidad y calidad de las operaciones aéreas.
En la medida en la que los “jefes” no entiendan que el sueldo que le pagan a alguien compensa que dicho funcionario cumpla con el perfil del puesto aprobado, en ciertos casos inclusive por la autoridad aeronáutica, mismo que se ajusta a las necesidades propias de la operación aeroportuaria y que la burocracia militar en estos casos no está para que el funcionario en comento se adapte a ella, sino al revés, no se podrán garantizar despegues y aterrizajes seguros y a tiempo en las terminales de aerotransporte administradas, en mi opinión indebidamente por las instituciones nacionales de defensa de México, toda vez que están acabando no solamente con la poca rentabilidad y eficiencia que le quedaban a ciertos aeropuertos mexicanos, si es que no con su seguridad operativa, y eso estimado lector es un lujo que el aerotransporte mexicano no se puede dar.
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