Se equivocan quienes afirman que hay que dedicarle un réquiem, turísticamente hablando, al puerto de Acapulco al que hoy día debemos sumar la palabra catástrofe en toda su extensión a la inseguridad que lo ha plagado desde hace décadas, integrando un cóctel tan pernicioso que, de no tratarse precisamente del puerto en el que arribaba en la época de la Colonia la muy famosa “Nao de China”, seguramente que un fenómeno natural y humano tan devastador como resultó ser el huracán Otis lo hubiese borrado del mercado.
¿Fenómeno humano y no solamente natural? ¡Claro que sí! Si bien Otis fue un evento meteorológico, su impacto negativo se potencializó, no digamos al cuadrado, sino al cubo, conforme desde hace mucho tiempo los tres niveles de gobierno que les son inherentes, es decir, el municipal, el estatal y el federal, y hay que decirlo, los propios acapulqueños, descuidaron aquello que pudo haber minimizado el daño potencial del meteoro. De esta manera, Otis agarró con una guardia baja propia de los irresponsables a sus habitantes, a su sector productivo, a sus servicios de emergencia, a los constructores de sus condominios y hoteles y a sus autoridades, comenzando por ese porteño alcoholizado al que caminando sobre una playa, literalmente la vida le vale un pito, hasta el actual presidente de la República, a quien evidentemente también la vida de los mexicanos le tienen sin cuidado y cuyas políticas gubernamentales y decisiones se convirtieron ahora sí en un verdadero austericidio sufragado por aquello que el mundo entero está viendo en las pantallas de sus computadoras, teléfonos y televisiones. Sobra decir que no cuesta mucho esfuerzo comprender que la corrupción también le pegó muy duro.
Acapulco no va a morir. Lo afirmo con seguridad porque, si bien en primera instancia a alguien en uso de la razón jamás se le podría ocurrir volver a invertir en un destino en el que las amenazas a la vida y bienes de las personas son tan marcadas como lo son hoy día por esos lares, también estoy convencido que todos los destinos de playa quisieran tener una bahía como la de Santa Lucía, un clima como el guerrerense, sus trabajadores prestadores de servicios, el carácter festivo de su población y una distancia tan reducida en términos de viaje por aire y tierra a una demanda de deportes, descanso, entretenimiento, esparcimiento, gastronomía y lugar para reunirse en el marco de alguna convención, como la tiene aquella a la que como licenciado en Turismo especialista en aerotransporte considero es la gran e histórica escuela de sus profesionales.
Comenzando por el habitante del Valle de México y las urbes cercanas, como los girasoles, los mexicanos van a girar hacia el sol y hacia Acapulco, cuya bahía lo va a volver a atraer, simple y sencillamente porque no tiene rival a nivel global.
Tomará tiempo, pero poco a poco va a renacer y ello va a ocurrir, insisto, a partir de la magia de esas vistas desde sus escénicas vistas del mar desde sus montañas al entrar en el puerto, procedentes de la autopista del Sol y del aeropuerto Juan N. Álvarez, en mi opinión las columnas vertebrales de infraestructura que harán posible el milagro.
¿Qué clase de Acapulco siento que veremos en unos cuantos meses?
Debo confesar que si bien valoro el impacto económico de esos lujosos condominios que le caracterizaban, me inclino a pensar, y deseo, que el nuevo Acapulco se parezca más bien al que conocí hace 60 años, sin estar como ahora copado por el crimen organizado, en el que la belleza natural era el marco ideal para una hotelería de calidad para todos los presupuestos y algunas residencias privadas, concentradas alrededor de la bahía y a lo largo de la costera Miguel Alemán y el llamado Acapulco tradicional, es decir, el del centro, Caleta y La Quebrada.
¡Pero cuidado! Mi optimismo bien puede terminar siendo vencido conforme los mexicanos tal y como lo hicimos por ejemplo en Ciudad de México en el año 1985 con motivo del sismo, y comenzando por el jefe del Ejecutivo, no dejemos a un lado la política y los intereses personales y para permitir que todos y todas unidos brazos con brazos, la sociedad civil y a las organizaciones públicas y privadas que la acompañan den lo mejor de sí en favor de la recuperación de un polo generador de actividad económica tan importante como el que nos tiene a todos preocupados, quizás como nunca antes.
Es así que, respetuosamente invito a las fuerzas armadas mexicanas y cuerpos de seguridad a acudir en masa a poner orden y estabilizar Acapulco, asegurando la prevalencia de un Estado de Derecho que hoy no distingo, recuperando de esta manera el espíritu de su labor y concentrando tanto sus talentos y experiencia, como sus recursos financieros, humanos y técnicos en este tipo de emergencias en lugar de distraerlos en emprendimientos sin sostenibilidad económica y social como están resultando los proyectos “estratégicos” que López Obrador les ha encargado, y que a todas luces han debilitado sus otrora valiosísimas capacidades de reacción para apoyar a nuestros connacionales en eventos como el que estamos comentando. Un Acapulco que se mantenga en paz bajo la legal supervisión de las autoridades y no en ese caótico escenario propio de una guerra civil en el que se encuentra, tiene todo para que la sociedad lo reconstruya de tal manera que tengan lugar muchos maravillosos fines de semana en un destino turístico, reitero, privilegiado como ningún otro, siempre generoso que se merece un mejor México y un mucho, pero mucho mejor gobierno.
Si una tragedia en todos los sentidos como la que arrojó Otis no abre los ojos de la población mexicana hacia la necesidad de hacer las cosas de manera diferente a como se ha demostrado, en especial en este sexenio, desde los requisitos para construir edificios, hasta las medidas preventivas para atender contingencias, pasando por la gestión pública y privada, por más que amemos a Acapulco ahora sí que a este analista de lo aéreo y al turismo nacional e internacional no le quedará otra cosa que, en palabreas de Agustín Lara, “acordarse de él”.
Comenta y síguenos en X: @GrupoT21