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De la misma manera en la que no me cuesta trabajo identificar un servicio de mala calidad, percibo también con facilidad lo sobresaliente, algo que, por cierto, cada día identifico con menos frecuencia en los modelos de negocios en todos los sectores en los que se privilegian a la eficiencia operativa y a su derivada la rentabilidad y no el beneficio del cliente, en mi opinión eje de las anteriores. Me parece tan justo exhibir lo primero, como enaltecer lo segundo.
Hace unos días tuve la oportunidad de volar al aeropuerto de Tijuana, Baja California en un recorrido aéreo que más allá de su objetivo original que era pasar el fin de semana con mi primogénito, no tenía otro atractivo que mi primer vuelo sin escalas desde Monterrey a Tijuana. El viaje eventualmente se convirtió en toda una aventura conforme mis proveedores de servicios aeroportuarios, migratorios y de aerotransporte me mostraron hasta dónde son capaces de llegar para atender las necesidades de sus favorecedores, especialmente a la hora de una contingencia o una petición especial.
No ahondaré mucho que digamos en el tema aeroportuario, solo lo necesario. Y es que mi breve viaje pasó de operaciones en cuatro de ellos, por cierto, todos mexicanos: Ciudad de México MEX), Monterrey MTY (MTY), Tijuana (TIJ) y Santa Lucía (NLU) volando en una sola aerolínea a seis aeropuertos: San Diego (SAN) y Las Vegas (LAS) incluidos, luego de un radial en la aerolínea norteamericana Southwest, a la que he dedicado por ahí una decena de comentarios editoriales.
¿Qué les comparto de MEX, MTY y TIJ? Verdaderas terminales de autobuses, plagadas de serios problemas de calidad, facilitación, servicio y controles de seguridad. El AIFA sigue siendo un atractivo, seguro y cómodo aeropuerto, digno de ser utilizado, especialmente si uno procede o se dirige a su área de influencia directa en los estados de México e Hidalgo, pero en el que los temas de taxis continúan dando alguna nota negativa. Al otrora Lindbergh Field de San Diego, como buen aeronáutico y más lindberghiano, le perdono casi toda merced a su lado aire con sus espectaculares despegues y aproximaciones. Del aeropuerto Reid de la “Ciudad del Pecado” no se puede decir mucho más allá de constatar problemas de facilitación y calidad similares a los de las terminales aéreas que comento en esta ocasión. Pensándolo bien, a diferencia de lo que me ocurrió en los aeropuertos mexicanos por los que pasé por un filtro de seguridad, en los norteamericanos mi credencial de elector vencida no hizo su magia y tuve que mostrar hasta mi pasaporte para acceder a zona estéril, tal y como debería ser el caso en todas las terminales aéreas del mundo.
¿Dije magia?
Claro que lo dije, y como no hacerlo luego de haberse vuelto realidad el sueño de volar por primera vez en Southwest, la “mamá de las” Low Cost” del mundo gracias a la generosa cortesía de mi hijo, aspiración que todo analista de lo aéreo que se precie de serlo debería cumplir.
Qué alta le pone barra la que fundó Herb Kelleher en casi todos los sentidos al resto de las aerolíneas, no solamente a las que tratan de imitar su concepto de eficiencia operativa o modelo de negocio y servicio, sino hasta para las que se sienten superiores a él. Luego de un par de vuelos en sus coloridos 737, en los que para comenzar empleados de tierra y aire se la pasaron fina y apropiadamente haciéndonos reír y lo más importante: atendiendo con seguridad, amabilidad, flexibilidad y profesionalismo sus labores y mis originales solicitudes, y por ahí alguna complicación de horarios de vuelo que bien pudo evitar que yo pudiese llegar a tiempo al Cross Border Express (CBX) en Tijuana y así volar a casa en el Valle de México, comprobé la hipótesis de que volar en Southwest corresponde positivamente al aura mítica que la rodea. Y eso dicen algunos veteranos que la de Dallas ha perdido un tanto su esencia. ¡Ya me imagino qué lujo hubiese sido volar en ella hace un par de décadas!
Ojalá y pudiese decir lo mismo de mis experiencias recientes con aerolíneas mexicanas, totalmente contrastantes, tanto que debo decirlo, me están preocupando mucho. Esa rebosante bolsa de basura dándonos la bienvenida a bordo en Monterrey antes de tener que franquear un peldaño de unos 40 centímetros de altura entre la plataforma de una escalerilla propia de personal de apoyo en tierra y el avión equipo que según una sobrecargo no es provista por la aerolínea sino por el aeropuerto, así lo dejo, solo para terminar dentro de una aeronave vergonzosamente sucia, atendida por una tripulación que llega al grado de solicitar propina a la hora de pegar alimentos a bordo, digna de una Categoría 2 de la autoridad aeronáutica estadounidense.
“Southwest es una Low Cost, nosotros (no digo el nombre) somos una Ultra Low Cost”, me dijo la jefa de cabina en el vuelo Tijuana-Santa Lucía cuando intenté compartirle mi visión del contraste del servicio en ambas operadoras ante las fallas en la aplicación de un protocolo de seguridad en ese vuelo. “Nada tiene que ver el modelo de operación con la calidad en el servicio”, le respondí. Y la verdad estimado lector, me mantengo en ello, y es que no hay paralelo entre la estrategia corporativa con la brutal diferencia en la operación, por ejemplo, en la actitud de su personal, a menos que la misma contemple tratar al cliente como si se le estuviese haciendo un favor.
En fin, gracias Southwest por recordarme que no se necesita mucho dinero para prestar un servicio de calidad, es más, ¡de muchísima!, tanta como la que exhibió el personal del CBX el pasado 16 de junio, hacia las 20:30 o 21:00 horas, cuando quien firma esta nota cometió la enorme pifia de presentarse a intentar cruzar a los Estados Unidos sin un indispensable documento. Llegó un momento en el que de plano iba a tener que, ya sea intentar cruzar a pie por San Isidro u Otay con todo lo que ello significa, siempre con el riesgo de no ser admitido por mi error, o ver a mi hijo desde la barda de la frontera. De pronto, el esfuerzo de empleados encargados de trámite de permisos y de quienes verificaban documentación, todos ellos con el apoyo y excelente disposición de su supervisora, se tradujo en la recuperación por medio de mi celular del documento que olvidé en casa, permitiéndome cruzar la frontera sin mayores complicaciones.
Muchas gracias también al CBX y a su personal por haber transformado mi error en una oportunidad y claro está, gracias hijo por haberme “mandado a volar” en esa gran compañía aérea. Y es que como dice el refrán: “en el detalle está la diferencia” y tanto Soutwest como el cruce transfronterizo tienen muchos detalles positivos con sus favorecedores, no así los de mis proveedoras mexicanas de aerotransporte que insisto, me están preocupando y mucho en lo que se refiere a la seguridad y calidad en el servicio.
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