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De no haber tenido lugar en esa primavera del año 1978, en el Aeropuerto Juan Guillermo Villasana de Pachuca, Hidalgo, y en su defecto, el comienzo de mi instrucción como piloto se hubiese demorado unos meses, lo más probable es que mi primer vuelo solo hubiese tenido como escenario los cielos de Tampico, Tamaulipas, en cuyo Aeropuerto Internacional General Francisco Javier Mina pronto se instaló definitivamente mi escuela: la muy recordada y querida Aeronáutica Panamericana.
Hablar de Tamaulipas, por lo menos en mi caso, es hablar de logística, de comercio exterior, fronteras, petróleo, puertos, aeropuertos y de academia; no en balde en su territorio, concretamente en Nuevo Laredo, se asienta el cruce fronterizo de carga más importante de América; Altamira es el quinto puerto marítimo más activo de México y Tampico es históricamente uno de los más importantes de nuestro país. Sumemos que con cinco aeropuertos con servicio regular de pasajeros y carga (Ciudad Victoria, Matamoros, Nuevo Laredo, Reynosa y Tampico) la entidad sin duda es parte importante del mercado mexicano del aerotransporte, recordando que en este último virtualmente nació la aviación comercial del país cuando en el año 1921 se fundó y comenzó a operar la entonces Compañía Mexicana de Transportación Aérea, antecedente directo de la añorada Mexicana de Aviación, cuya reconocida marca la actual administración federal intenta recuperar del proceso de quiebra.
Imposible, como buen estudioso de la vida y obra del Charles Lindbergh, dejar de recordar que al narrar su vuelo del 13 y 14 de diciembre de 1927 entre las ciudades de Washington, D.C. y México al mando del “Espíritu de San Luis” hace referencia a haber pasado sobre Tampico, localidad que identificó por los tanques de petróleo, y que el 9 de marzo de 1929, al mando de un Ford Trimotor de Mexicana, se encargó de inaugurar su primer servicio internacional, haciendo escala en Tampico camino a Brownsville, Texas, procedente de la capital de nuestro país, replicándola al día siguiente en dirección al Valle de México.
A lo anterior debo agregar eventos y vínculos personales de carácter profesional y particular, caso de haber colaborado en la organización en ese puerto de la Reunión Anual de Administradores de los Aeropuertos de ASA y asistido a la inauguración de la remodelación del antiguo edificio terminal del aeropuerto convertido en la sede de su aviación general, acontecimientos ambos en el año 1985, integrando mis primeras y muy recordadas visitas a un Tampico que además me sorprendió con los mariscos del Restaurante El Porvenir, donde se dice que “se está mejor que enfrente”, llámense el Panteón Municipal, ¡arroz!, como diría el actor Mauricio Garcés, originario de esa urbe a la que desde entonces he viajado ya sea para acceder a una playa (Miramar) en la que por los menos en dos ocasiones he disfrutado de una gran estancia de carácter turístico, digna de ser recomendada como opción no solamente para ese regiomontano que de por sí la valora, sino también para mis paisanos chilangos que no suelen ver a este destino con el potencial que realmente tiene para pasar un excelente fin de semana, o para tener el honor de plantarme frente a alumnos y alumnas en el Instituto de Estudios Superiores de Tamaulipas, el muy reconocido IEST del Sistema Anáhuac, en el que se le han dado la importancia que siento merecen los programas académicos relacionados con la logística y el transporte.
Debo confesar que la calidad de lo que me regalan los alumnos, académicos y administradores del IEST, combinada con la del servicio que se me ha brindado en los servicios hoteleros y restauranteros a los que derivado de mis clases he accedido, no han hecho otra cosa que incrementar mi cariño por esa región del Golfo de México a la que recientemente volví realizando un doceavo despegue y aterrizaje en el “Francisco Javier Mina”, infraestructura que como buen analista de lo aéreo evalué, tanto como lo hice con la de origen (el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México), experiencias que en una de esas se convierten en algo valioso para comentar en las páginas de los medios que encabeza mi amigo Osiel Cruz, que no olvido, es nada menos que orgullosamente tampiqueño y al que dedico la presente entrega como muestra de agradecimiento por la reiterada confianza que siempre me ha dispensado.
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