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A seis meses de haberlo experimentado por primera vez, me volví a dar el lujo de ser pasajero en el nuevo y muy mediático Aeropuerto Internacional “Felipe Ángeles” (AIFA) de Santa Lucía, al que alabó generosamente unas semanas antes el señor Juan Carlos Zuazua, director general de Grupo Viva Aerobus, cuya aerolínea decidí emplear para regalarme un nuevo recorrido aéreo por alguna geografía mexicana, aterrizando primero en el “Miguel Hidalgo” de Guadalajara, Jalisco y posteriormente en el “Mariano Escobedo” de Monterrey, Nuevo León, antes de regresar a Tecámac, Estado de México, aeropuertos a los que, como parte de mi permanente ejercicio de análisis aeronáutico también accedí con ese ojo crítico, y espero objetivo, que quiero pensar caracteriza mis comentarios editoriales, inclusive en torno a temas rodeados de tanta polémica, infundios, desinformación y política, como todo lo que tiene que ver con nuestra más moderna terminal aérea. Además, ¿qué aeronáutico en su sano juicio se puede negar a hacer un vuelo mediando tarifas en promedio de los 150 a 200 pesos por tramo? La verdad es que yo no.
Habiendo compartido mi primera experiencia como pasajero en el AIFA con mis muy estimados lectores en los espacios del Grupo T21, en marzo pasado, siento que es justo hacer lo propio en esta ocasión.
Las preguntas son obligadas:
- ¿Y qué tal me fue esta vez?
- ¿Cambió para bien o para mal la impresión que me llevé del aeropuerto en marzo pasado?
- ¿Será que tiene razón el señor Zuazua?
Debo confesar que mi impresión ha cambiado mucho, tanto así, que he decidido emplear al “Felipe Ángeles” como mi primera opción para realizar cualquier vuelo desde o hacia el Valle de México, en la medida, claro está, la existencia en él de la oferta de aerotransporte que requiero, misma que poco a poco se va incorporando conforme las aerolíneas suman destinos y frecuencias.
¿A qué se debe mi cambio de decisión? Trataré de ser breve:
Habiendo realizado muchos recorridos a todas horas del día, entre mi lugar de residencia habitual en Atizapán y el AIFA, me encuentro que por lo menos para los que compartimos dicha ubicación por el rumbo del “VOR MATEO”, en condiciones normales de las autopistas que empleo, es decir, sin que ocurran en ellas algún accidente, por ejemplo, me toma el mismo tiempo llegar a Tecámac que lo que me toma trasladarme al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), tirando básicamente así por la borda una de las principales complicaciones con las que asocié mi primera experiencia como pasajero en el aeropuerto: el tiempo de acceso. ¡Pero cuidado! Estoy hablando de carreteras y no de avenidas, con todo lo que ello significa en materia de seguridad vial, tema fundamental para los que somos y conducimos un auto entrado ya la categoría de los adultos mayores.
Los 70 pesos en peajes en los que incurrí en un viaje redondo al AIFA se compensaron un tanto a la hora de descubrir que la tarifa de su estacionamiento de vehículos es notoriamente menor que en el AICM (209 pesos por día vs. 316). Hablando de estacionamientos, me resulta imposible dejar de comentar el incidente que varios pasajeros experimentamos esa mañana cuando un Guardia Nacional en la entrada principal del mismo nos informó que el acceso abría hasta las 6:30 de la mañana, lo cual, dado el horario de mi vuelo 07:45, pondría en riesgo mi capacidad de abordar el avión. Luego de insistir, dejó a un lado un tanto su cerrazón, misma que incluyó su negativa para emplear su radio y así darnos una solución a nuestra fundada inquietud, para finalmente informarnos en tono molesto que “quizás” había otro estacionamiento en cierto lugar en el edificio terminal recomendándonos irnos a buscarlo. Temerosos de perder nuestros vuelos, los pasajeros recorrimos las vialidades del AIFA, en mi caso hasta encontrarme con otro Guardia Nacional que amablemente me dirigió hacia un acceso abierto del estacionamiento donde finalmente pude dejar mi auto, solucionándose el asunto.
Emplear el nuevo aeropuerto supone además ahorros importantes en tarifas de aerolíneas y aeroportuarias en relación al “Benito Juárez”, al que en el AIFA no se le extraña mucho que digamos a no ser por sus espectaculares operaciones de grandes aeronaves; y es que en el nuevo aeropuerto del Valle de México se respira y se transita con mucha más tranquilidad y seguridad, incluyendo la sanitaria, algo que muchos pasajeros estamos comenzando a valorar.
Me topé con un “Felipe Ángeles” plenamente funcional, nuevamente atractivo y perfectamente preparado para atenderme. Quizás sería muy bueno que sus comercios, en especial los que venden un siempre bienvenido café madrugador abran sus puertas más temprano. Eso sí, comprensiblemente lo sentí vacío, percepción a la que sin duda contribuye lo generoso de sus espacios, misma que se irá alterando conforme más y más usuarios lo empleen hasta el grado de saturarlo, algo que desde este momento me atrevo a pronosticar ocurrirá más pronto de lo que pensamos, en especial tomando en cuenta los crecientes problemas operativos, de capacidad, calidad e imagen del AICM.
Contrario a quienes opinan que se trata de “un mini aeropuerto”, con esas 1,531 hectáreas que se indica tiene de área, el AIFA es masivo y potencialmente se puede convertir en el aeropuerto más grande de México, superando a Cancún, Quintana Roo y sus 1,075 hectáreas y al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México con apenas 740, para lo cual habrá que ampliar su lado tierra, concretamente la capacidad en materia de edificios terminales para albergar la demanda de un “Benito Juárez” al que en mi reiterada opinión tiene que reemplazar por completo, en conjunto con un sistema integrado por los aeropuertos de Cuernavaca, Puebla, Querétaro y Toluca.
Las bondades del AIFA contrastaron con un aeropuerto de Guadalajara en plena transformación, obras que sin embargo no justifican el grado de suciedad y descuido que evidencié al recorrerlo tanto a mi llegada, como a la salida la mañana siguiente en la cual mediaron dos eventos particularmente preocupantes: por una parte la saturación por las obras de sus accesos viales al tal grado que de plano me tuve que bajar del taxi en el entronque de la carretera a Chapala e irme caminando aun de noche, rebasando centenares de vehículos virtualmente detenidos, colmados de angustiados pasajeros que como yo, sentían que no les daría tiempo de abordar sus vuelos. El segundo tema fue que para mi sorpresa, luego de haber podido franquear el filtro de seguridad 2 de la terminal de pasajeros sin que me fuese requerida identificación oficial vigente, al preguntarle por ello al supervisor de la empresa de seguridad encargada de dicho proceso y a un Guardia Nacional, ambos me informaron que en el aeropuerto tapatío no se le solicita a los pasajeros otra cosa que no sea su pase de abordar para acceder a salas de espera. ¿En serio? De acuerdo a mis fuentes expertas en AVSEC (Aviation Security) acreditar fehacientemente la identidad de quien pretende acceder a abordar un vuelo es parte importante de los blindajes de seguridad contra actos de interferencia ilícita. Sobra decir que me llevé una muy desagradable sorpresa en Jalisco.
El principal aeropuerto de mi adorada “Sultana del Norte” también está en obra y si bien la calidad de su mantenimiento y servicios es buena, desgraciadamente también evidenció serios problemas de AVSEC asociados a temas de control de flujos en desplazamientos de pasajeros en corredores temporales en plataforma, en los cuales los usuarios tuvimos que franquear áreas de movimiento de vehículos terrestres, en este caso auto tanques de combustible, sin el requerido acompañamiento y guía de personal de la aerolínea o la vigilancia de personal de seguridad del aeropuerto.
Luego de un vuelo verdaderamente espectacular en lo que a vistas “desde mi ventanilla” toca, regresé a un AIFA que nuevamente me dejó un excelente sabor de boca, algo que me obliga a sumarme a la opinión del señor Zuazua de considerarlo un gran aeropuerto. Es más, independientemente del preocupante detalle del estacionamiento a la salida, no tengo reservas para calificarlo como el mejor de México en la actualidad y por ahí de América Latina.
Quisiera concluir esta columna comentando que me queda claro que virtualmente en todos los aeropuertos de México y por ahí en muchos del extranjero, los principales problemas de calidad siguen siendo los mismos que he acusado repetidamente en los espacios editoriales que albergan mis columnas de opinión: información y calidad del servicio en los controles AVSEC, especialmente en los filtros de seguridad.
Por lo pronto, le comparto y anticipo que a finales de noviembre próximo enviaré a mis editores una nueva columna respecto al AIFA, luego de volver a emplearlo, pero con mi menor hijo como acompañante, cuyos comentarios me interesan mucho. Y es que hay que reconocerlo: el “Felipe Ángeles” es una delicia para los niños, comenzando por la decoración temática de sus servicios sanitarios. Ya le platicaré de ello, insisto, lo más objetiva y profesionalmente posible, es decir: sin prejuicios, filias, ni fobias.
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