Pienso en el 20 de abril de 2020, cuando se afirma, se cumplieron y, por ende, de alguna manera, se celebraron los primeros 50 años de la fundación de un polo turístico que corre el riesgo de perder su atractivo en el corto plazo, amenazado de por sí antes de COVID-19, entre otras cosas por la inseguridad, la contaminación, el sargazo, el exceso de población, la falta de planeación urbana y ahora el virus.
Y digo que “se afirma” cumple años, toda vez que, si tomamos en cuenta lo dispuesto en el decreto presidencial del 10 de agosto de 1971, las fiestas deberían tener lugar el año próximo. En una de esas, ante emergencia así sucederá.
Pero lo cierto es que los cancunenses y la comunidad turística en general lo están recordando en este complicadísimo año 2020, lo cual obliga, más allá de temas de pulcritud histórica, a reflexionar sobre la localidad y claro está, en una columna de corte aeronáutico como ésta, sobre su aviación.
De manera verdaderamente vertiginosa, en apenas unos cuantos años, lo que originalmente era un conjunto de islotes virtualmente despoblados en un lugar relativamente remoto de la geografía de la península de Yucatán, con vista a Isla Mujeres, y cuyo nombre original “Kaank’un” proviene del maya y significa “Lugar de la Serpiente de Oro”, se convirtió en el eje detonador de un impresionante desarrollo urbano y turístico que abarca virtualmente toda la costa caribeña del estado de Quintana Roo.
Las cifras hablan por sí mismas; el Aeropuerto Internacional de Cancún, puesto en operación en el año 1975, es todo un caso de estudio al haberse transformado en el aeropuerto latinoamericano con la mayor conectividad, el cuarto más importante de la región en término de número de pasajeros atendidos, los cuales rondaban hasta el 2019, los 25 millones anualmente y el único en tener cuatro terminales.
Si bien el desarrollo del aerotransporte en Cancún tiene mucho que ver con el amor y dedicación hacia el destino que exhibieron profesionales de influencia entre las aerolíneas, caso notable del señor Sigfrido Paz Paredes, quien entre otros cargos alguna vez estuvo al frente de Aeroméxico, otros altos ejecutivos no estaban tan convencidos de su futuro, por ejemplo, el ingeniero Crescencio Ballesteros, principal accionista y en ese entonces, presidente de Mexicana de Aviación, que escéptico, mirando el precario aeropuerto inicial sobre lo que se conoce como Avenida Kabah alguna vez afirmó: «Perdónenme que diga esto, pero creo que aquí nunca va a aterrizar un Jet de Mexicana».
Tengo la curiosidad de saber qué opinaba el empresario al ver en lo que se había convertido el aerotransporte de Cancún en esos años posteriores, en los que todavía estuvo con nosotros hasta su muerte en las postrimerías del siglo XX, tiempos en los que su aeropuerto ya había alcanzado esos altísimos niveles de importancia que lo caracteriza.
Recordemos que, luego de haber operado la ruta entre Ciudad de México y Cancún con equipos Douglas DC-6 de pistón, a partir del año 1973 y poco tiempo después con sus Boeing 727, Mexicana se convirtió en un gran protagonista del destino, en el que llegó a emplear frecuente y regularmente sus majestuosos Douglas DC-10.
Sin embargo, no fue la aerolínea pionera del aerotransporte cancunense; este honor que se le debe otorgar a la aerolínea Servicios Aéreos Especiales (SAE), subsidiaria de Aeronaves de México (Aeroméxico) y a sus turbohélices Hawker Siddeley HS-748, en Cancún a partir del año 1972.
Un hito en la historia de este aeropuerto tiene que ver con la exitosa realización en esa localidad de la Reunión Internacional sobre Cooperación y Desarrollo, también llamada Cumbre Norte-Sur, en el año 1981, que supuso el aterrizaje en él de las aeronaves de 22 Jefes de Estado, muchas de ellas en la categoría del Boeing 747.
Otro evento importante es el que se relaciona con el Airbus A380, al albergar el primer vuelo del modelo en México en el año 2013, portando los colores de Air France.
Es así que me uno a las celebraciones de un activo que los mexicanos debemos preservar, toda vez que el no hacerlo, tendrá consecuencias tan malas para la economía nacional como tan buenas han sido sus aportaciones.
Hago votos entonces para que las realidades que actualmente se hacen manifiestas en Cancún no terminen por quitarle ese brillo dorado que aún tiene y que debe auxiliarle a recuperar poco a poco su demanda de visitantes, conforme la crisis sanitaria y económica global que vivimos comience, como seguramente sucederá, a ser superada.
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