Los mexicanos entramos al año 2024 desesperados y no nos faltan razones para ello, basta con solo leer las noticias cada mañana y los comentarios que sobre ellas se hacen desde las más altas tribunas del país y del extranjero para sentir fuertes motivos de agobio relacionados con temas tan importantes como son la seguridad, la salud y la economía.
“Estar desesperado, pero con elegancia”, nos dice en otra de sus hermosas melodías el desaparecido y entrañable cantautor belga Jacques Brel, por cierto, un entusiasta del vuelo que hasta licencia de piloto llegó a tener.
No solamente veo a los mexicanos desesperados, sino que a diferencia de otros pueblos que también se la están viendo muy, pero muy negras en estos tiempos, pero están haciendo las cosas con dignidad y valor, caso notable de Argentina, Brasil, Ecuador y Ucrania, veo a mis compatriotas sin esa cualidad propia del que extrae lo mejor al saber elegir lo adecuado para el momento y condiciones precisas que es la elegancia.
Se dice que el optimismo es un valor que nos ayuda a enfrentar las dificultades con buen ánimo y perseverancia, descubriendo lo positivo en cada momento, confiando que una situación adversa eventualmente pasará y saldremos fortalecidos de ella. Algunos “sabios” nos recuerdan frecuentemente el poder de aquello que llaman “Ley de la Atracción”, de ahí que, por si las dudas, este columnista haya decidido recibir el 2024 intentando seguir el ejemplo de grandes optimistas, caso natural de un Mahatma Gandhi o de un Martin Luther King, aunque si bien tendiendo a identificarse con el optimismo impaciente de un Bill Gates que no se detiene en alertar al mundo de las amenazas que desde ahora mismo le asechan.
De esta manera, quien firma esta nota, saliéndose un poco de su línea editorial tradicional que versa sobre el aerotransporte, empleará su voz y su palabra para contribuir a que los mexicanos, dentro de su justificada desesperación, por los próximos meses, hagan las cosas con elegancia, especialmente en lo político, evitando así esa potencial y devastadora ruptura del tejido social, como la que se evidenció el pasado 9 de diciembre cuando pobladores de Texcapilla, Estado de México decidieron hacer justicia por propia mano, enfrentando con escopetas, palos y machetes a miembros de una poderosa banda criminal que los ha estado asolando con extorsiones y otros delitos, actos barbáricos que habla mucho del futuro de caos y sangre que puede plagar pronto al país, pero también de su desesperación. Un país en el que tienen lugar actos como este no puede ser vinculado a elegancia alguna.
Quiero pensar que organizados democráticamente y atendiendo a efectivas campañas políticas legales y éticas, y ante la contundente realidad, los mexicanos finalmente comprenderemos la importancia del voto del 2 de junio próximo para el futuro de nuestros hijos y nietos y no permitiremos con votos responsables, libres de filias y fobias, que desde la demagogia y el populismo sigan destruyendo, como está ocurriendo actualmente, el Estado de Derecho en el país, origen de muchos de sus problemas de nuestra patria, incluyendo los que aquejan a su aeronáutica civil.
Pero no me hago muchas ilusiones; no en balde se dice, siento que con mucha razón que “un pesimista es un optimista con experiencia”, y este analista ya entrado en años sí que la tiene siendo testigo una y otra vez de cómo grandes y potencialmente valiosas personalidades, sea por corrupción, ambición, comodidad o cobardía, han caído en manos de los mismos pregoneros de la anarquía que pretender seguir gobernando sin la más mínima elegancia a México.
Y cuidado que no estoy pidiendo un Javier Milei para mi país, sino un verdadero estadista.
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