Quizás fui el único pasajero en esa embarcación de corte turístico que nos transportaba sobre un mar picado desde Cancún a Isla Mujeres, Quintana Roo, en notar que en la misma abarrotada cubierta en la que estábamos no había chalecos salvavidas o que su ubicación no estaba debidamente marcada. Seguramente fui el único en preguntar no a uno, sino a dos miembros de la tripulación sobre el tema, quienes simple y sencillamente no supieron decirnos en dónde, ni cómo hacerse de uno en caso de ser necesario.
Posiblemente no recuerde usted lector mío, pero apenas en enero pasado una embarcación similar se hundió en el mismo trayecto causando la muerte de cuatro personas, incluyendo un menor de edad.
Quizás también fui el único pasajero en ese ferrocarril mexicano que en los años 90 se disponía a partir de la Estación de Buenavista con destino a Monterrey, Nuevo León, en preguntar a un sorprendido conductor sobre las ubicaciones de las salidas de emergencia disponibles en el vagón. “Nuestros trenes no tienen accidentes”, me dijo. Unas horas después, si bien no de manera catastrófica, el hecho es que nuestro transporte se descarriló cerca de Charcas, San Luis Potosí.
¿Qué quiere que le diga estimado favorecedor de este medio noticioso que no sea que este columnista es muy sensible a los temas de seguridad en los medios de transporte, en especial en los que personalmente viaje y más aún cuando lo acompañan sus seres queridos? Y es que, no sé cuándo, casi seguramente cuando comencé mi entrenamiento de piloto, me convencí que en materia de transporte y más en uno como el aéreo que tanto miedo sigue generando al pasajero, no nos podemos dar el lujo de bajar la guardia en materia de seguridad, por lo que no dejo de aprovechar cualquier oportunidad y espacio, académica o editorial, para hacer un llamado tanto a autoridades, operadoras y público a no menospreciar la importancia de la seguridad en la gestión de cualquier servicio de transporte público o privado de pasajeros o carga, lo cual comienza con el cumplimiento de un marco legal adecuado.
El problema es que, y de ahí el origen de este texto, cuando uno hace notar áreas de oportunidad en la operación de un medio, aun de las más básicas como es el caso de carencia de chalecos salvavidas en una embarcación le tiran a uno de exagerado y casi ninguno de los tripulantes le da crédito al comentario, tal y como nos ocurrió recientemente en ese recorrido turístico marítimo en el Caribe mexicano.
Luego de haber contactado a la prestadora de servicios y habiendo analizado su respuesta, si tenía alguna duda de sentarme frente al teclado de mi computadora para publicar lo acontecido, se esfumó de inmediato.
En fin, si quiere usted perdonarle a un proveedor de transporte un mal servicio, hasta lo puedo entender, pero lo que honestamente no concibo y omito, es que dejemos que el servicio sea proporcionado fuera de un mínimo de seguridad.
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