Dedico esta columna a la democracia mexicana que alguna vez fue…
Aún recuerdo cómo en aquella prehistoria, cuando llegué a Vero Beach, Florida, con la intención de seguir adelante con mi entrenamiento de piloto, aspirando a obtener mi licencia comercial, una de las primeras advertencias que recibí fue en el sentido de que en los Estados Unidos había que tener mucho cuidado con la manera en la que uno se maneja en todos los ámbitos, toda vez que, literalmente me dijeron, en esa nación se le demanda legalmente a uno con extrema facilidad tanto por parte de particulares como empresas y todo tipo de entidades. Nada más cierto.
Nada más cierto, y es que por lo menos con base a lo que he atestiguado en mi vida personal y profesional, mucha de la cual relacionada, personalmente o familiarizada con la manera como los del norte del río Bravo hacen las cosas, lo de los norteamericanos con los abogados, jueces y hasta con las cárceles es un asunto serio, tanto que entiendo nuestro principal socio comercial tiene una de las poblaciones carcelarias cualitativa y cuantitativamente más grandes del mundo.
Es decir que es relativamente fácil caer “en el tambo” en esa geografía o por lo menos enfrentar una demanda, muchas veces absurda o manipulada por un letrado sin escrúpulos. No en balde fue en la tierra de Lindbergh en la que se acuñó el término “ambulance chasers” para referirse a los picapleitos que están pendientes de los accidentes que ameritan traslados a un hospital que sufren los ciudadanos para ofrecer sus servicios de representación legal en demandas en las que perciben habrá grandes sumas que pagar al afectado, aun cuando ello no quede del todo claro deba ser el caso.
Me encanta el refrán que dice: “ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”. Pensando en él, recuerdo que en México los despachos legales, los ministerios públicos, los juzgados, los separos y las cárceles también están atiborrados de trabajo, pero no precisamente de ese que procura justicia, sino del que, por el contrario, la ignora y la pervierte dando como resultado los altísimos niveles de impunidad judicial que prevalecen en nuestro país, mismos que permiten por ejemplo que un deudor alimenticio salirse con la suya al no pagar a sus hijos la correspondiente pensión; que un contratista no entregue ya sea a tiempo o en forma cierto trabajo sin asumir el impacto negativo que ello puede suponer en su cliente; que un gran defraudador fiscal no pise una prisión o que un prestador de servicio, caso de una operadora de transporte, haga con sus clientes lo que quiera, como lo están haciendo algunas aerolíneas mexicanas.
Lo cierto es que, yo no sé si a usted le pasa también estimado lector, pero en México me siento muy, pero muy expuesto a la incompetencia, mala voluntad o mala calidad de cualquier proveedor de bienes y servicios, simple y sencillamente debido a que, en caso de incumplimiento, no me siento amparado por un marco normativo y por instituciones que velen por su aplicación, es decir, un Estado de derecho que implica que cada persona física o moral esté sujeta a la ley, la cual se debe cumplir, tal y como debería ser el caso mexicano, por lo menos como lo percibo en el papel, de manera cabal, expedita, objetiva y en lo posible gratuita.
El problema es que, en la medida en la que desde lo más alto de los poderes de la República (Ejecutivo, Judicial y Legislativo) sigan emanando tácita o explícitamente declaraciones que al convertirse en comportamientos verificables violentan este principio, caso de ese inmencionable “no me vengan con que la ley es la ley” o ese “al diablo con las instituciones”, los mexicanos estamos desamparados.
¿Eso queremos para México? La verdad yo no, y no es que yo desee vivir en un país como Estados Unidos en el que se abusa del sistema judicial, pero sin duda me gustaría vivir en uno en el que el incumplimiento de la ley tenga altas posibilidades de generar un castigo y en el que uno como afectado tenga razonables posibilidades de demandar sus derechos, algo que no sucede en el México en el que por lo menos quien firma esta entrega vive.
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