En el Diccionario de Lenguajes Oxford se define a la burocracia como “el conjunto de actividades y trámites que hay que seguir para resolver un asunto de carácter administrativo”. Creo que debemos resaltar al verbo “resolver” como una componente fundamental en esta puntualización, toda vez que significa solucionar un problema, una duda, una dificultad o algo que nos entraña. Apunto además a la importancia de otro verbo, en este caso “solucionar”, que implica una respuesta eficaz a un problema, duda o cuestión; es decir, un proceso profesionalmente concebido que produce el efecto esperado y que va bien para determinada cosa, por lo menos así indica nuevamente el “tumbaburros” que consulté. En pocas palabras, la burocracia debería servir para solucionar algo sobre la base de la eficacia.
Entonces, que alguien me explique por favor por qué los procesos burocráticos más que facilitar la solución de los asuntos de las personas tienden a complicarla. No en balde el genial humorista gráfico argentino Joaquín Salvador Lavado Tejón, mejor conocido como “Quino”, eligió el término Burocracia como nombre de la tortuga de esa entrañable terrorista social que era su reconocidísima Mafalda.
Yo no sé usted estimado lector, pero este columnista a lo largo de su vida laboral y social ha sido testigo de la creciente imposición y complicación de los requisitos para lograr lo que sea, ya sea en el marco de entidades privadas como públicas en las que la tendencia es controlar, luego controlar más y finalmente aplicar aún mayores controles, cuyo exceso, ya sea de manera documental o como los quiera usted concebir, lo único que genera es ineficiencia, de la cual se deriva esa improductividad propia de dedicar más tiempo a las formalidades que al fondo de los temas. Le voy a dar un ejemplo: me parece absurdo que un profesor tenga que invertir más tiempo llenando formatos o cumpliendo con requisitos administrativos y por ahí pedagógicos sin justificación real que a concebir, presentar, explicar y madurar los contenidos de un curso dedicándole por ello más tiempo a atender los requerimientos de coordinadores académicos y administrativos que a pensar en materiales y contenidos que pudiera compartir con mis alumnos. Creo que es tiempo de reclamar en favor de ellos más horas de exposición, estudio y análisis de los temas y menos formatos, muchos de los cuales, hay que decirlo, inútiles y que solo sirven para demostrar que hay controles, sin comprobar realmente su aportación de valor a la actividad.
La verdad es que me disgusta enormemente esa “formatitis” o agrandamiento del número y extensión de estipulaciones que plaga todo tipo de instituciones y actividades. Debemos recuperar el espíritu facilitador en todo y dejar de complicarnos la vida con onerosos procesos burocráticos en la casa, en la escuela, en la calle y en el trabajo ¡Qué decir en lo relacionado con los procesos logísticos y de transporte! ¿No cree usted estimado lector?
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