Si una industria puede acusar el maltrato recibido en la presente administración gubernamental esa es la aviación. De inicio, la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM), donde se concentrarían todas las operaciones de carga y pasaje en el centro del país, fue un batacazo. No sólo el país tuvo que pagar el costo de esa infraestructura cancelada, sino también la construcción del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) a donde nadie quiere ir, y las aerolíneas perdieron la oportunidad de oro de contar con un hub a la altura de los mejores del mundo.
Además del mal negocio que resultó la decisión, se canceló la inversión de mantenimiento al obsoleto Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) para pagar la deuda del NAIM. Luego la política de austeridad que se instauró para gastar el excedente en los megaproyectos llevó a la pérdida de la categoría 1 en materia de seguridad aeronáutica por parte de la Administración Federal de Aviación de los Estados Unidos, y demoramos poco más de dos años para recuperarla. Mientras eso ocurría, las aerolíneas nacionales no pudieron lanzar nuevos vuelos hacia el mayor mercado internacional que tienen, perdiendo oportunidades y achicando su participación frente a las aerolíneas norteamericanas.
Después vino la obligación de llevar los vuelos de carga al AIFA para generarle algún movimiento a un aeropuerto mal planeado. Y ahora, la reducción del número de vuelos por hora en el AICM con la clara intención de forzar a llevar más vuelos a un aeropuerto que no tiene demanda porque el pasajero no quiere ir y porque resulta más costoso y tardado llegar por vía terrestre que volar.
Por si algo faltara, el gobierno reinventa Mexicana de Aviación y la lanza como una aerolínea del Estado Mexicano que buscará competir deslealmente con las empresas privadas de aviación con subsidios oficiales y con la operación de la Secretaría de la Defensa Nacional. Literalmente la aviación privada ya no siente lo duro sino lo tupido.
En la congeladora
El juego de intereses mantiene en un punto muerto el avance de los trámites de construcción del famoso puente internacional 4-5 entre Nuevo Laredo y Laredo en la frontera entre Tamaulipas y Texas. La idea no es mala, se trata de habilitar ese nuevo cruce fuera de la mancha urbana e incorporar importantes áreas de reserva territorial al desarrollo logístico e industrial que hoy ya no se tienen, sobre todo en el lado estadounidense.
No obstante, lo que está en marcha para reducir el cuello de botella que ya se tiene en el actual puente de comercio, es la ampliación en un 100% de esta infraestructura para el 2027. Con ello se busca agilizar los cruces y reducir las demoras que hoy tienen miles de camiones todos los días. Frente al crecimiento natural que tendrá el intercambio comercial entre México y Estados Unidos, los actores se están moviendo después de 24 años de inamovilidad.
Sin embargo, el conflicto de aumentar el tamaño de la actual infraestructura es que del lado norte ya no existe reserva para el desarrollo de más infraestructura vial o nuevas naves industriales. El 4-5 tiene esa virtud, que incorpora en el lado mexicano y americano nuevas tierras que hoy no tienen uso y que pueden perfectamente absorber nuevo crecimiento industrial en la región y potenciar el crecimiento económico en la región de los dos Laredos.
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