Mi relación con Tulancingo, Hidalgo, es una de íntimos claroscuros. Si bien como “turistero” no le encuentro mayor atractivo que su famosa gastronomía, lo cierto es que la que vio nacer a un personaje tan importante en el folclore mexicano como fue Roberto Guzmán Huerta, mejor conocido como “El Santo”, tiene sus “detalles” que bien pueden redondear agradablemente una visita, caso de su bonita estación de ferrocarril, hoy día convertida en museo, parada desde el año 1893 en la ruta de Ciudad de México al puerto de Veracruz. La verdad ignoro cuándo dejó de ser posible ir a la tierra de mis tres hijos sobre una vía.
Unas 10 veces al año viajo a Tulancingo, las más de las veces manejando mi auto, aprovechando la excelente autopista que la une con el Valle de México desde Teotihuacán, tramo que hay que decirlo, no tiene costo. A veces he ido por allá en autobús. Como buen aeronáutico la registro desde mi asiento de ventanilla cada vez que la ruta de mi vuelo pasa sobre ella, pensando en que alguno de mis escuincles logre ver la aeronave que ocupo.
Todo parece indicar que en una de esas voy a poder ir a Tulancingo en el futuro a bordo de un tren de pasajeros. Seguramente mi hijo Simón estará esperándome en una renovada estación local que preocupantemente bien podría ser operada por las fuerzas armadas mexicanas conforme a los particulares no les interese “el business”.
“Estamos abiertos a colaborar en plan de trenes de pasajeros”, destacó el periódico “El Universal” en una nota publicada en su portal de noticias, el pasado 9 de noviembre, citando palabras que el 25 de octubre habría expresado un alto directivo de Grupo México en una conferencia con inversionistas. “Estamos en etapas muy iniciales, veremos si deben realizarse estudios respecto a la demanda o la necesidad de infraestructura”, también afirmó, dando una clara muestra de que, si bien no descartan la idea, los de Germán Larrea, pensaban, por lo menos hasta finales de octubre, que, tal y como debería suceder en todo proyecto, mediarían los correspondientes estudios y sus obligados tiempos.
Con lo que quizás no contaban los empresarios nacionales y extranjeros del transporte ferroviario es “con la astucia”, cual “Chapulín Colorado” del tropical y muy poco científico actual primer mandatario mexicano que, tal y como lo ha hecho siempre, empleó el 8 de noviembre su acostumbrada plataforma mañanera de difusión propagandística, frecuentemente destinada para amenazar sobre acciones que va a emprender, mismas que suelen ser ejecutadas por medio de instrumentos, si no completamente ilegales, sin duda poco éticos, tanto así que terminan siendo parte de un modelo de gestión propio de una dictadura, para “informar” que alistaba un decreto para que las vías férreas “de carga” sean usadas (prioritariamente) para el transporte de pasajeros, instrumento que se materializó el pasado 20 de noviembre, en lo que, en opinión de este columnista, constituye otro golpe a la seguridad, eficiencia, sustentabilidad y sostenibilidad de los medios de transporte en México, tal y como se lo ha dado en su administración al marítimo y notablemente al aéreo, imponiendo en ellos inútiles y políticamente fundamentadas presiones en tiempos en los que, por el contrario, se les debería facilitar la vida.
¿Y la seguridad de las inversiones asociadas a las concesiones, apá?
Más allá de que se demuestre que exista una demanda que justifique financiera o socialmente que el tren de pasajeros regrese, por ejemplo, a Tulancingo, mi preocupación hacia sumar este tipo de servicios a las vías concesionadas gira en torno a temas de eficiencia operativa en una red que, hasta donde entiendo tiene enormes retos en este sentido provenientes no solamente de los corporativos a cargo sino del entorno nacional en el que tienen lugar los traslados. Debo admitir que percibo un área de oportunidad para el tren de pasajeros en los servicios de cercanías en las principales ciudades de México.
Ignoro si esta entrega llegará a ser leída “en Palacio”, pero pensando en la posibilidad de que lo sea, me voy a dar el lujo de pedirle, eso sí muy respetuosamente “a quien corresponda”, que comprenda que las necesidades de transporte del México actual no son las del echeverrismo y menos aún las del porfiriato y que tampoco se parecen en nada a las de Corea del Norte, en especial tomando en cuenta la magnífica capacidad y servicios del autotransporte federal de pasajeros mexicano al que siento habría que apoyar con mejores y más seguros caminos, en lugar de andar poniéndole enfrente una competencia tan anacrónica, como la planteada desde el nuevo púlpito a partir del 2018 se instaló en el Zócalo de la capital del país.
La verdad es que ¡pobre del transporte mexicano con este gobierno!
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