Uno de los temas de mayor interés en la actualidad política de México tiene que ver con la conformación del gabinete de la futura presidenta del país, inédito proceso dado el género de la nueva titular del Ejecutivo y el dominante y protagonista papel que el presidente saliente ha exhibido en la transición, que no hace otra cosa que ponerme a pensar que el de Macuspana va a tener mucho qué decir en su gobierno y, claro está, a la hora de nombrar a quienes ocuparán los principales puestos públicos en el “nuevo” Gobierno federal.
Si bien por su peso estratégico los titulares de las secretarías de la Defensa Nacional (Sedena) y Marina (Semar) siempre han sido, junto con Gobernación y Hacienda, entre los cargos más importantes del gabinete, en el México del 2024 lo son aún más tomando en cuenta los encargos adicionales a sus funciones originales que recibieron de Palacio Nacional en el sexenio lopezobradorista, tanto que me atrevo a afirmar que por lo menos aeronáuticamente hablando, si es que no en todo el contexto del transporte mexicano, son más importantes que el del secretario de Infraestructura Comunicaciones y Transportes (SICT), otrora cabeza funcional y legal del sector, cuyo papel, ya sea en los puertos y aeropuertos, cada día me queda menos claro. Hay que decirlo como es: por lo menos en la aeronáutica civil la SICT ya pesa mucho menos que la Sedena y la Semar, especialmente la primera, a la cual está virtualmente subordinada la autoridad aeronáutica civil nacional.
Reconociendo entonces la importancia de la designación de los nuevos secretarios de Estado militares federales, siento que el proceso que termina por arrojar los nombres de los titulares merece algún interés por parte de este columnista, con la esperanza de que ello se replique en sus amables lectores. Y es que quien crea que la nueva presidenta será quien elija a quien encabece a la Sedena y a la Semar, mismas que por cierto debo confesar que me gustaría ver nada más como armas bajo una gran secretaría de la Defensa, encabezada tal y como ocurre en varias naciones por un civil y no como dos secretarías independientes encabezadas por soldados o marinos, está equivocado; tanto al general secretario de la Sedena como al almirante secretario de Semar en realidad no lo elige exclusivamente el titular del Ejecutivo en turno, sino un complejo grupo de altos representantes de cada arma, de ciertos gobiernos extranjeros (mejor no digo cuál porque me quitan mi visa) y de ciertos poderes fácticos nacionales o foráneos que queda claro “le proponen” el nombre de los elegidos. Baste recordar por ejemplo la influencia de la masonería en la política mexicana y algunas de sus instituciones, incluidas las castrenses, para respaldar lo que afirmo.
Lo cierto es que de por sí la latitud que tendrá a lo largo de su gestión la doctora presidenta para elegir a su gabinete estará limitada, por lo que se considera una virtual reelección de su poderoso y popular antecesor, como para pensar realistamente que esas dos secretarías armadas a las que me he referido estarán a cargo de alguien que ella haya elegido y no de quienes amablemente se le haya “sugerido”.
El meollo del asunto, logística y aeronáuticamente hablando, tiene que ver, insisto, desde mi perspectiva, con el poder que tendrán Sedena y Semar sobre los medios de transporte, superior inclusive al secretario SICT, que uno pensaría debería ser la máxima autoridad en ellos, algo que por lo menos a quien firma esta nota le queda claro ya no es el caso, como le queda claro también que no es la mejor noticia para el transporte de México, especialmente en lo que toca a su eficiencia, claramente impactada en el ocaso del primer sexenio morenista en las terminales de transporte, especialmente aquellas a cargo de uniformados.
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