Quien firma esta columna, servidor y amigo, es nieto e hijo en ambas ramas de su familia de inmigrantes quienes buscaron y en su momento encontraron una tierra a la cual dirigirse, ya sea para refugiarse de la violencia, la discriminación, la pobreza y/o de la corrupción de sus lugares de origen.
Imperfecto como todo país, el México que le dio asilo hace más de 100 años a mis abuelos caldeos iraquíes y hace más de 80 a ancestros españoles, era un atractivo imán para encontrar en él dónde criar familia con altas posibilidades de lograrlo con seguridad, paz, oportunidades, salud y libertad, es decir, con algo de bienestar.
Sin duda, el México del primer tercio del siglo XX tenía muchos retos, pero también sin miedo a equivocarme puedo afirmar que los mismos no tenían la magnitud de aquello que aqueja hoy día a una patria en cuyo suelo nací, pero que cada día me da más y más razones para abandonarla, recorriendo en sentido opuesto el camino de mis familias originarias. De hecho, he comenzado a hacerlo conforme no solamente objeto, sino que inclusive promuevo que los míos se vayan de un México en el que sus vidas, libertades, patrimonio y calidad de vida corren cada día más peligro. De esta manera mi ADN va de regreso fuera de las fronteras de este mágico país, otrora santuario.
Redacto esta columna minutos después de haber sido nuevamente asaltado (no tengo otra forma de describir el evento detonante) por un policía de tránsito del municipio de Tlalnepantla, Estado de México, y por un taller mecánico de esa misma localidad, quienes, en contubernio y con alevosía y ventaja se aprovecharon de cierta coyuntura para extorsionarme de la manera más vil. Si puede estimado lector, evite por favor circular por esa demarcación.
Me queda claro que la palabra extorsión se emplea cada vez con mayor frecuencia en el léxico mexicano y que aspirar a un México sin corrupción es propio de la imaginación de un Quijote de La Mancha. Es más, estoy perfectamente consciente que “la mordida” ha sido siempre, es y me temo que siempre será parte de una cultura (la nuestra) en la que todo está diseñado para entorpecer los procesos y más los legales y, por ende, para fomentar “el favor especial” para solventarlos. Pero nunca como en el México del 2024…
Poseedor de cierta labia, quien firma esta nota se jactaba en el pasado de tener la habilidad de salir bien librado de encuentros, digamos con un agente de tránsito, sin mediar “ayudadita” alguna, sino simple y sencillamente reconociendo el error o apelando ya sea a la aplicación de la correspondiente multa, la cual solía ser proporcional o razonable, o a la buena y gratuita voluntad del agente al que se le aseguraba no se cometería más la falta, por cierto, siempre y cuando fuese una que no sea considerada grave como manejar borracho, a exceso de velocidad, etc.
En los tiempos gloriosos del final del primer piso del morenismo, no solamente los reglamentos cada día son más complejos y las consiguientes penas son sumamente onerosas, sino que los policías a cargo de velar por su cumplimiento se han descarado cualitativa y cuantitativa con sus ataques a una ciudadanía que deberían cuidar, algo que combinado con la falta de empatía que crecientemente caracteriza al mexicano y la impunidad asociada a la gestión judicial, se convierte en un coctel por el que el ciudadano termina pagando un precio muy alto por atreverse a hacer lo que tenga que hacer en su cotidianeidad.
Creo que ya es tiempo de que, por ejemplo, los mexicanos dejemos de tener que circular por vialidades, a las que metafóricamente veo como la vida, en condiciones para favorecer las extorsiones por parte de las autoridades en lugar de facilitar traslados seguros, eficientes y económicos. Creo que ya es tiempo de ponernos un alto en este creciente círculo vicioso de dádivas y sumisión en el que estamos inmersos. Ya me harté de la corrupción de todos en México, literalmente todos y eso no exime a ninguno de nosotros.
Me duele México y la causa somos los mexicanos que no lo amamos en realidad, al que, con nuestros actos y decisiones, incluyendo las democráticas, caso del irresponsable voto emitido el pasado 2 de junio, le estamos aniquilando por lo menos en el corto y mediano plazo, su atractivo.
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